martes, 26 de noviembre de 2013

JULIA ESCOBAR VILLEGAS

Rutina
Métro, boulot, dodo.
Pierre Béarn

Y las noches no pueden ser
lo suficientemente largas
para el voluptuoso oficio de la escritura.
Franz Kafka

Procura madrugar el doble. No siempre lo logra: el sueño la retiene en cama, protestando, imponiéndose. Cuando lo vence, prepara café y se sienta en su escritorio, vasto y único mundo propio.

Bajo la lámpara amarilla, escribe en papel, con tintas de colores, y lucha con las palabras. Ni los mendigos velan a esa hora sin luz ni voces. Entonces delinea personajes, y la lámpara se convierte en sol, en luna, en farol de esquina.

En sobresalto, afligida, abandona su territorio y se siente exiliada.

Bañarse, vestirse, atravesar las calles torpemente, infringiendo, cuando hay ocasión, las reglas de los semáforos peatonales; sumergirse entre la multitud de empleados que miran con angustia el reloj, balancearse en el bus y en el metro. Es como ellos, es uno más.

En la oficina, se compite con la prisa de los carros en la avenida, sangre que circula por las venas de la ciudad. Todos tienen un nudo en la espalda, un látigo implacable.

A mediodía, escapando del teléfono y de los correos electrónicos como de un incendio, aprovecha cada minuto de la hora de almuerzo.

Calmada el hambre, permanece en el balcón un rato más.

Mira el valle de la ciudad, bordeado por montañas-murallas de perfil de copa rota. Ve a lo lejos el metro, serpiente veloz. Observa desde lo alto edificios y casas pequeños como de maqueta de mediocre estudiante de arquitectura. Siente pena por los transeúntes conectados a su celular.

Todos envenenados de afán: tren, automóviles, individuos, ella.

Anota impresiones en su pequeña libreta, ideas para desarrollar después. La procrastinación la atormenta; el fuego que la persigue, la alcanza. Cierra, adolorida, la página, y vuelve al trabajo.

A veces, durante la tarde, va al baño y muerde el borde de su camisa, impotente. Se mira los ojos fatigados, traga lágrimas. Se pregunta en silencio hasta cuándo.

Al terminar, por fin, la jornada, se introduce en la hora pico con valentía. Aplastada por otros cuerpos y rostros cansados en el vagón, se concentra en respirar, evitar el sudor colectivo, contar las estaciones, salir.

Llega a casa como al paraíso. Desabrochada la blusa, arrojados los tacones, acaricia los estantes de la biblioteca, pero todavía no es tiempo.

Cocina el almuerzo, la cena, el desayuno. Lava ropa, plancha el uniforme. Saca la basura. La música la acompaña. Los domingos limpiará.

Al fin, se sienta en su trono, digna.

Las noches son suyas, pero los ojos, primero dolorosamente abiertos, se van cerrando, como en las clases de mediodía. Cae su cabeza encima del libro, de los papeles. Cae su torso como flor cortada.

Día tras día levanta la piedra, la sube a la cima, la deja caer…

Triste destino el de escalar todos los días la misma colina, si se quiere atravesar la cordillera y perderse en el horizonte.



INVENTARIO

Una tarde calurosa de vacaciones. Un hombrecito dormido bajo el peso de temores de ceniza. Míos, todos míos. Los he quemado con la falda del colegio. Queda la esquina en donde la marihuana roba mi aroma, en donde no hay nada más que gente pintada de negro. Hay recuerdos, pero empapados. Mojados como mi piel después de bañarse con los gritos de medianoche. Una sonrisa, envuelta en una receta para cocinar. Un café frío, que sigue impasible ante las horas muertas. El blues que baja de la cabeza a los pies en forma de polvo. Apenas un cosquilleo. El papel, la tinta y los labios buscando en cada rincón algo que explote y vuele. La crema, que es lo único que pinta paredes desnudas. La angustia, el cansancio. Y tantos tipos de letras. Y tan pocos colores. Y mi idea feliz de que todo es un instrumento musical. El muro de los lamentos, en donde por un segundo pasan estrellas fugaces de fines de semana. Licores que dejan su urgencia en la sangre. Humo mezclado con el piano triste que alguien toca a  mitad de la tarde. Los tecleos y las galaxias que giran y suenan en los CDs. El cohete que me lleva simplemente a ningún lugar. Quiero volcar todo eso en la caverna de besos convertidos en polvo. En mi caverna. Insisto en el blues. Apenas un cosquilleo. Y asiento.

No hay comentarios:

Publicar un comentario