Rutina
Métro, boulot, dodo.
Pierre Béarn
Y las noches no pueden
ser
lo suficientemente
largas
para el voluptuoso
oficio de la escritura.
Franz
Kafka
Procura
madrugar el doble. No siempre lo logra: el sueño la retiene en cama,
protestando, imponiéndose. Cuando lo vence, prepara café y se sienta en su
escritorio, vasto y único mundo propio.
Bajo
la lámpara amarilla, escribe en papel, con tintas de colores, y lucha con las
palabras. Ni los mendigos velan a esa hora sin luz ni voces. Entonces delinea
personajes, y la lámpara se convierte en sol, en luna, en farol de esquina.
En
sobresalto, afligida, abandona su territorio y se siente exiliada.
Bañarse,
vestirse, atravesar las calles torpemente, infringiendo, cuando hay ocasión,
las reglas de los semáforos peatonales; sumergirse entre la multitud de
empleados que miran con angustia el reloj, balancearse en el bus y en el metro.
Es como ellos, es uno más.
En
la oficina, se compite con la prisa de los carros en la avenida, sangre que
circula por las venas de la ciudad. Todos tienen un nudo en la espalda, un
látigo implacable.
A
mediodía, escapando del teléfono y de los correos electrónicos como de un
incendio, aprovecha cada minuto de la hora de almuerzo.
Calmada
el hambre, permanece en el balcón un rato más.
Mira
el valle de la ciudad, bordeado por montañas-murallas de perfil de copa rota.
Ve a lo lejos el metro, serpiente veloz. Observa desde lo alto edificios y
casas pequeños como de maqueta de mediocre estudiante de arquitectura. Siente
pena por los transeúntes conectados a su celular.
Todos
envenenados de afán: tren, automóviles, individuos, ella.
Anota
impresiones en su pequeña libreta, ideas para desarrollar después. La
procrastinación la atormenta; el fuego que la persigue, la alcanza. Cierra,
adolorida, la página, y vuelve al trabajo.
A
veces, durante la tarde, va al baño y muerde el borde de su camisa, impotente.
Se mira los ojos fatigados, traga lágrimas. Se pregunta en silencio hasta
cuándo.
Al
terminar, por fin, la jornada, se introduce en la hora pico con valentía.
Aplastada por otros cuerpos y rostros cansados en el vagón, se concentra en
respirar, evitar el sudor colectivo, contar las estaciones, salir.
Llega
a casa como al paraíso. Desabrochada la blusa, arrojados los tacones, acaricia
los estantes de la biblioteca, pero todavía no es tiempo.
Cocina
el almuerzo, la cena, el desayuno. Lava ropa, plancha el uniforme. Saca la
basura. La música la acompaña. Los domingos limpiará.
Al
fin, se sienta en su trono, digna.
Las
noches son suyas, pero los ojos, primero dolorosamente abiertos, se van
cerrando, como en las clases de mediodía. Cae su cabeza encima del libro, de
los papeles. Cae su torso como flor cortada.
Día
tras día levanta la piedra, la sube a la cima, la deja caer…
Triste
destino el de escalar todos los días la misma colina, si se quiere atravesar la
cordillera y perderse en el horizonte.
INVENTARIO
Una tarde calurosa de vacaciones.
Un hombrecito dormido bajo el peso de temores de ceniza. Míos, todos míos. Los
he quemado con la falda del colegio. Queda la esquina en donde la marihuana
roba mi aroma, en donde no hay nada más que gente pintada de negro. Hay
recuerdos, pero empapados. Mojados como mi piel después de bañarse con los
gritos de medianoche. Una sonrisa, envuelta en una receta para cocinar. Un café
frío, que sigue impasible ante las horas muertas. El blues que baja de la cabeza
a los pies en forma de polvo. Apenas un cosquilleo. El papel, la tinta y los
labios buscando en cada rincón algo que explote y vuele. La crema, que es lo
único que pinta paredes desnudas. La angustia, el cansancio. Y tantos tipos de
letras. Y tan pocos colores. Y mi idea feliz de que todo es un instrumento
musical. El muro de los lamentos, en donde por un segundo pasan estrellas
fugaces de fines de semana. Licores que dejan su urgencia
en la sangre. Humo mezclado con el piano triste que alguien toca
a mitad de la tarde. Los tecleos y las galaxias que giran y suenan
en los CDs. El cohete que me lleva simplemente a ningún lugar. Quiero volcar
todo eso en la caverna de besos convertidos en polvo. En mi caverna. Insisto en
el blues. Apenas un cosquilleo. Y asiento.
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