martes, 26 de noviembre de 2013

JÉSSICA M. FLÓREZ

AIRE DE BACH


Aire, escribir aire, componer aire; trasladarlo a la musicalidad suave de su pasar desprevenido, inadvertido; a veces tan quieto y denso que parece detener con él el tiempo, pero a veces tan callado, tan distante, que nos sorprende dejándonos, llevándose con él los recuerdos, esas hileras de pensamiento entretejido.  Se nos presenta inquietante, arrogante, y nos traslada con él a lugares insólitos, tal vez reales, tal vez fantásticos, arrebatándonos todo.  Es en momentos tan sutil, tan placentero, como un acompañante que murmura tristezas o alegrías de otros tiempos, nostálgico, ensimismado, las más de las veces traicionero, siempre certero, así es el aire de Bach.
Encontrarse y sentir esta composición es como decidir estar desnudo esperando que el aire te cobije, te hiele en un frío abrazador.  Dos cuerpos que se encuentran y danzan en un espacio lleno de aire y piel, un cuerpo que se mueve en la oscuridad de la noche, y un aire que él quisiera llevar hacia ella para abrazarla, mientras ese mismo aire les murmura el sonido de las esferas.
Aire de Bach, aire de infinitos desencuentros. Extiende su mano de aire que le acaricia la piel a ella que está dormida, mientras el amante espera lejano, evocando siluetas perdidas, miradas diagonales.  Aire, con su cuerpo de aire la envuelve, se humedece, se evapora en la solidez de su carne; las figuras que conjugan sueños olvidados. Ella se desvanece, renace, vuela, cae, en una suite de movimientos pasionales.  Él, el que espera, sigue danzando en la oscuridad, retorciendo imágenes, trastocando olores.  Pero aire fluye, permanece inalcanzable, se filtra en gotas blancas, se une y desune en compases lentos, le murmura a ella notas cristalizadas y agudas.  El amante escucha atentamente aferrándose a sus últimos suspiros, capturando fragmentos de sonidos permeados, cadencias y frases lisas y suaves;  él no deja de danzar y sus lágrimas juegan en silencios ondulatorios, se acerca la fiebre, el calor, el dolor de descender en su desnudez perdida, en su pasión traicionada.
Aire lo eleva, cae como pluma arrancada sin aviso, y él grita, le lanza palabras, aire de su cuerpo, lo hiere. Aire lo empuja contra las rocas, choques contra el mar, el cielo, la niebla; perturbador paisaje.  Lo sostiene sobre espacios impensables, de medidas oblicuas y laterales. El amante mira aire, siente aire, sabe aire, y su cuerpo se desangra, se duele, se prepara para el momento.  Aire lo lanza con toda su ira, sopla un vaho oscuro, torrentes punzantes; suspira sonidos mortales, continuos.  El amante que vuela, que espera, choca abruptamente contra paredes claras, un cubo, allí está ella, transparente, rosa y gris, eterna.  Su cuerpo reposa sobre ella, y ella que todavía sueña. Él derrama lágrimas sobre su rostro, la besa, con el dolor del veneno, la causa, el efecto.  Ella que sueña, en los sueños azules de inocente insistir etéreo, escucha frases que vienen y van, marea invisible; Aire, Aire de Bach, aire de siempre y nunca desencuentro.  Ella abre los ojos, conmovida por la presión del cuerpo, lo observa desnudo, inmóvil, lánguido sobre ella, muerto sobre ella, rostro de lágrima y sonrisa, fin de un cuerpo aún tibio por el deseo.


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