Aire,
escribir aire, componer aire; trasladarlo a la musicalidad suave de su pasar
desprevenido, inadvertido; a veces tan quieto y denso que parece detener con él
el tiempo, pero a veces tan callado, tan distante, que nos sorprende dejándonos,
llevándose con él los recuerdos, esas hileras de pensamiento entretejido. Se nos presenta inquietante, arrogante, y nos
traslada con él a lugares insólitos, tal vez reales, tal vez fantásticos,
arrebatándonos todo. Es en momentos tan
sutil, tan placentero, como un acompañante que murmura tristezas o alegrías de
otros tiempos, nostálgico, ensimismado, las más de las veces traicionero,
siempre certero, así es el aire de Bach.
Encontrarse
y sentir esta composición es como decidir estar desnudo esperando que el aire
te cobije, te hiele en un frío abrazador.
Dos cuerpos que se encuentran y danzan en un espacio lleno de aire y
piel, un cuerpo que se mueve en la oscuridad de la noche, y un aire que él
quisiera llevar hacia ella para abrazarla, mientras ese mismo aire les murmura
el sonido de las esferas.
Aire
de Bach, aire de infinitos desencuentros. Extiende su mano de aire que le
acaricia la piel a ella que está dormida, mientras el amante espera lejano,
evocando siluetas perdidas, miradas diagonales.
Aire, con su cuerpo de aire la envuelve, se humedece, se evapora en la
solidez de su carne; las figuras que conjugan sueños olvidados. Ella se
desvanece, renace, vuela, cae, en una suite de movimientos pasionales. Él, el que espera, sigue danzando en la
oscuridad, retorciendo imágenes, trastocando olores. Pero aire fluye, permanece inalcanzable, se
filtra en gotas blancas, se une y desune en compases lentos, le murmura a ella
notas cristalizadas y agudas. El amante
escucha atentamente aferrándose a sus últimos suspiros, capturando fragmentos
de sonidos permeados, cadencias y frases lisas y suaves; él no deja de danzar y sus lágrimas juegan en
silencios ondulatorios, se acerca la fiebre, el calor, el dolor de descender en
su desnudez perdida, en su pasión traicionada.
Aire
lo eleva, cae como pluma arrancada sin aviso, y él grita, le lanza palabras,
aire de su cuerpo, lo hiere. Aire lo empuja contra las rocas, choques contra el
mar, el cielo, la niebla; perturbador paisaje.
Lo sostiene sobre espacios impensables, de medidas oblicuas y laterales.
El amante mira aire, siente aire, sabe aire, y su cuerpo se desangra, se duele,
se prepara para el momento. Aire lo
lanza con toda su ira, sopla un vaho oscuro, torrentes punzantes; suspira
sonidos mortales, continuos. El amante que
vuela, que espera, choca abruptamente contra paredes claras, un cubo, allí está
ella, transparente, rosa y gris, eterna.
Su cuerpo reposa sobre ella, y ella que todavía sueña. Él derrama
lágrimas sobre su rostro, la besa, con el dolor del veneno, la causa, el
efecto. Ella que sueña, en los sueños
azules de inocente insistir etéreo, escucha frases que vienen y van, marea
invisible; Aire, Aire de Bach, aire de siempre y nunca desencuentro. Ella abre los ojos, conmovida por la presión
del cuerpo, lo observa desnudo, inmóvil, lánguido sobre ella, muerto sobre ella,
rostro de lágrima y sonrisa, fin de un cuerpo aún tibio por el deseo.
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