Les presentamos un relato, auténtico, de nuestro director; esperamos sea de su agrado o desagrado.
DIÁLOGO ESTÁTICO
A CUATRO VOCES (I)
Ella un día cualquiera salió a caminar. Dejó su carro guardado en su parqueadero porque quería contemplar el mundo de otra forma. Salió de casa un poco antes de lo habitual, es decir, como aquel hábito de la puntualidad se lo había exigido durante tanto tiempo.
Él un día
cualquiera salió a caminar. Dio descanso a su conductor y salió a
contemplar el mundo de la manera real. Salió de su casa a la misma
hora, como si fuera en el auto, pues no le importaba ser cumplido.
Era quien mandaba. Podía tomarse ese tipo de licencias.
La Otra un día
cualquiera salió a caminar. Era su costumbre hacerlo diariamente
para ir al lugar donde trabajaba. Quedaba a unas pocas cuadras de su
casa aquel lugar que no importa saber el nombre. Salió a la misma
hora, pues ya era lo habitual que fuera de esa manera. Era una
empleada, pero no le importaba, siempre respondía y cumplía con sus
obligaciones, como buena persona sicorrígida que era.
El Otro un día
cualquiera salió a caminar. No le gustaba hacerlo. Pero ese día
tuvo que salir caminando por sus propios medios, pues su motocicleta
estaba averiada y el afán podía más que cualquier otra cosa, pero
aún así no le importaba si llegaba tarde a su lugar de trabajo. Eso
lo hacía por ocio más que por necesidad.
El reloj
marcaba las siete de la mañana de un miércoles dos de enero del año
dos mil ocho. Los cuatro caminaban, en el parque, quizá no era el
mismo, pero la hora sí, el tiempo era estático e igual para todos
cuatro. Era una mañana fría, después de muchos días festivos,
donde confluía la resaca con la pereza de comenzar de nuevo y ver
cómo el tiempo y el mundo se hacía miseria en sus narices. No
nevaba, pues no pasó en Europa lo que va a pasar. Ni tampoco hacía
sol porque no era en el cono sur donde pasaba lo que pasaría cuando
pasara. Era una mañana de clima tropical. El parque estaba lleno de
grandes árboles; muchos de ellos rodeaban su entorno con su
florecimiento amarillo o rosado; era algo maravilloso a esa hora de
la mañana. El azar empezó a jugar.
-Ella: ¡Buenos
días! Parece como si el mundo se hubiera detenido y convertido en un
eterno lamento. ¡Maldita la hora en que se me ocurrió salir sin el
carro! dijo.
-Él (que
casualmente pasaba cuando Ella emitía esas palabras): ¡Muy buenos
días! Es una linda mañana para contemplar las primeras horas del
día. Di vía libre a mi conductor y me dieron ganas de caminar y
contemplar la plenitud del mundo hecho realidad. No veo por qué
usted, señora, está tan enojada. Dijo.
-La otra (que
pasaba por allí todos los días, escuchó lo que Ella y Él habían
dicho): ¡Buenos días! Ustedes se asombran por algo que para mí es
tan normal. Ese árbol florece dos veces al año de esa manera;
durante cierta temporada está sin hojas y solo es el tronco el que
se manifiesta; pareciera que estuviera evocando la tristeza de
antaño. Esta acera la he visto deteriorarse durante muchos años y
nunca hacen algo para repararla. Incluso camino siempre por las
mismas baldosas, sin pisar la línea, pues sería como estar a punto
de cruzar el abismo. ¡Y ustedes ven esto tan asombroso! ¡Qué
ridiculez! Dijo.
-El Otro (estaba
sentado en la banca, amplia, por demás, donde pasó todo lo que se
dijo antes): no se quejen, siéntense, hablemos, y dejen de pensar en
esto o aquello; les invito a que tengamos una charla amena, corta,
pero sustanciosa. Sí, no se hagan los tontos, ustedes. Usted, Usted,
Usted y Yo, por supuesto, que para cada uno de ustedes soy otro
Usted.
-Ella: Él, me
gustaría responderle que no es que me sienta enojada, es que los
días no son tan maravillosos como éste, aunque igual parece
que la estaticidad fuera lo único que dominara el mundo, pero es tan
solo una apariencia, nada más que eso. Y, para darle respuesta a El
Otro, me parece bien, la verdad estoy tan asombrada que me gustaría
quedarme contemplando un poco más este paisaje, pues creo que cada
pintura o cuadro es algo diferente cada día. Todos los amaneceres
son diferentes. Sentenció.
-Él: es una
buena idea. Podemos quedarnos contemplando el mundo tomando un café,
pero tiene que ser en esta banca, en ninguna otra sería como en
esta, pues hasta las bancas pueden traer consigo una mística que no
todas compartirían. Pediré café para todos. Dijo.
-La Otra: la idea
de quedarnos me parece buena; a ver si por fin vuelvo a darme cuenta
de que el mundo tiene cosas extraordinarias para compartir con
completos extraños como Ustedes, y yo, claro está.
-El Otro: está
bien, veo que comparten mi idea de quedarnos contemplando el mundo un
rato, pero será el mundo este parque y nosotros seremos sus únicos
habitantes por un lapso de tiempo considerable.
Se aproximaban
las siete y media de la mañana de ese día y en ese parque en donde
todos confluyeron sin pensarlo con unos completos extraños que
querían aislarse del mundo y reducirlo a tan solo una banca y los
árboles que alrededor de ella había. Hubo silencio durante varios
minutos, hasta que una voz se alzó:
-Él: iré ya por
el café.
-La Otra: se está
demorando mucho para ir; o si quiere traiga vino, es menos cotidiano
que el café.
-Ella: sí, vaya
pronto, traiga cualquier cosa, preferiblemente el vino y unos
cigarrillos.
-El Otro: veo que
están bastante animados, de igual modo los acompañaré, amables son
todos Ustedes.
Un silencio
sepulcral invadió aquel lugar que estaba en el espacio abierto.
-La Otra: por fin
has llegado (refiriéndose a Él). ¿Sí has traído el vino?
-Él: claro que
sí; además de ello también traje café, para quien quiera tomarlo.
-La Otra: me
parecer perfecto, dame un trago de vino
-Ella: denme un
trago a mí también. Muero de sed a pesar de ser aún tan de mañana.
-El Otro: está
bien, ahora sí empecemos a hablar de alguna cosa; hagamos como si
fuéramos amigos de toda la vida y quisiéramos dar nuestro parecer
sobre el mundo sin importar reproches ni nada parecido. Antes de ello
denme un trago y un cigarrillo; nunca es mal momento para los
placeres mundanos.
-Ella: hoy salí
de mi casa pensando que iba a ser un día tan normal y aburrido como
todos los demás. Por esa razón dejé mi auto, para ver si
presenciaba alguna cosa diferente en mi trayecto al trabajo, y creo
que estuve en lo cierto. La gente solo vive lamentándose, incluso
hasta yo. A veces me siento a mirar por la ventana de mi cuarto y me
doy cuenta de que la vida se me pasa por encima y yo no hago nada
para aprovecharla, ni siquiera contemplar algo tan insignificante, en
apariencia, como aquel árbol amarillo que está en frente de
nosotros. No sirve de nada tener algo estable; volverse esclavo del
reloj; pensar solo en cumplir responsabilidades, y ¿dónde queda el
ocio, la contemplación de sí y del mundo, las sonrisas honestas o
las lágrimas libres y puras que humectarían nuestro rostro? Todo
eso toca tragárselo, como si fuera un trago de vodka barata: baja
rompiendo y pelando la garganta formando un taco que no explota ni
encendiendo un cigarrillo en medio de un contenedor de gasolina.
-Él: es cierto.
-La Otra: es
cierto, dijo.
-El otro: es
verdad, pero aquello puede sopesarse con la ficción: hacer que el
mundo parezca lo que cada uno quiere; mostrar esa cara ingenua (que
no es más que la apariencia) ante el resto del mundo. Tragárselo a
pedacitos. Pensar que cada vez que nos estamos lamentando es porque
hemos hecho de cada día de nuestra vida un suplicio más que una
contemplación del mundo. Dejar a un lado prejuicios y hacer de todo
un juego, una libertad absoluta, un espacio en el que el azar sea el
único dominante: el que lo rige todo; moverse de acá para allá,
sea con alegría o con llanto, pero ante todo que sea porque
queremos, y no por cuestiones externas a los demás, es decir, y para
que no suene a sermón de libro de autoayuda, pensar que cada mundo
es diferente y cada quien actúa conforme quiere, obviamente teniendo
en cuenta a los demás, pero para este caso los Demás serán como
puntos pintados en un muro gigante en donde cada uno pasa
desapercibido y padeciendo cosas diferentes a las del resto. Ser
egoísta si es necesario.
-Ella: puedes
tener algo de razón.
-La Otra: sí, lo
comparto, pero quizá exageres un poco.
-Él: tienes
razón, pero puede ser que no todos sean iguales. Que incluso la
percepción del florecer de un árbol amarillo no sea igual de
atractivo para otros, pero la diferencia tiene que estar, y marcarla
o hacerla notar cada vez que se pueda. Pues acá yo soy más que
Ustedes, pues tengo tanto dinero que ni se alcanzan a imaginar y una
empresa bastante productiva. Por esa razón hay diferencia. Mi mundo
es hermético, pero al mismo tiempo frágil; es frívolo, pero
también en mi interior es cálido como el placer que produce ver el
contorno y las líneas de una montaña en el horizonte. Pero aún
así, soy diferente, obviamente sin tener en cuenta que desde tiempo
inmemorial la diferencia ha sido demasiado importante, pero yo la
radicalizo en aspectos singulares. Ustedes no son como Yo, y
viceversa.
-El Otro: sí,
tiene usted razón, pero sigue siendo demasiado materialista y
simplista para el mundo.
-Ella: es usted
alguien casi sin escrúpulos. Ha sabido manejar muy bien la máscara
de la vida.
-La Otra: ustedes
hablan y me parece escuchar gente que no habita este mundo. Es lo
cotidiano, lo normal lo que vuelve estática la vida. El hermetismo
impide ver que cada minuto que pasa es la diferencia entre la vida y
la muerte. Todos estamos acá, unos adoran el dinero, otros su
ridícula vida amorosa, otros la monotonía y la austeridad; también
están los que sienten el mundo y piensan que un árbol es el
esplendor máximo de la naturaleza; están los que hacen del resto de
los animales una comunión íntima con el ser humano, como si éstos
fueran uno más. No, la cosa no es tan maravillosa. Tampoco estoy
diciendo que el camino sea la lamentación y el llanto; pero tampoco
estoy a favor de ver el mundo como el esplendor máximo de la
divinidad y que todo lo que existe en éste sea por lo que tengamos
que vivir sonrientes o felices todo el tiempo. Me parece más
sorprendente ver una línea bien trazada en el lugar más inoportuno;
sentir la punta de una hoja en la yema de mis dedos; mirar al sol y
ver que es tan imperfecto que necesita esconderse varias horas y
todos los días, cada mes, durante todos los años, por los siglos de
los siglos; o ver cómo cada cigarrillo o cada trago de licor que me
tomo vuelve mis sentidos otra cosa, pues se hace insoportable tanta
monotonía. En fin, hasta la misma embriaguez de los sentidos es
aburrida cuando se vuelve monótona. Es mejor estar viviendo y
esperar nada, para que así la decepción o la ansiedad no sean el
motor de nuestras vidas y nos conviertan en unas máquinas parlantes
que repiten lo mismo todo el tiempo y luego nos miramos en el espejo
y nos damos cuenta de que somos uno más del montón.
Pasaron varios
minutos. Eran ya casi las nueve de la mañana de ese día dos de
enero del año dos mil ocho, pues entre cada respuesta había un
intervalo de tiempo prudente como para decir que hubo silencio.
-Ella: creo que
son posiciones muy diferentes, algunas convergentes, pero están bien
hechas y se ve que son desde lo más profundo. ¡Qué buen vino!
-Él: sí, han
sido unos minutos bastante amenos, y yo diverjo más de lo que
converjo con ustedes.
-La Otra: siento
que Ustedes son unos completos extraños y lo que hemos hablado lo ha
reafirmado sobremanera. Resulta que no por tratar de estar en armonía
con el mundo y quienes lo habitan, la cosa va a funcionar.
-El Otro: a mí
me parece que la ficción lo puede todo; si nos sumergimos en ella el
mundo puede tornarse de múltiples colores, de varias cosas que
ninguno de nosotros será capaz de comprobar alguna vez en esta
existencia. Por esa razón yo prefiero nadar en el mar de la ficción
y vivir en la aparente armonía que el mundo permite crear.
-Ella: eso es
todo por esta vez, tengo que seguir mi rumbo. Seguiré lamentándome
y maravillándome con el mundo, pues salir sin auto me permite eso.
-Él: sí, ha
sido un gusto estar con ustedes. Seguiré contemplando y buscando
diferencia hasta en cada uno de mis pasos.
-La Otra: la pasé
bien, mas no digo que son personas maravillosas; creo que hoy fue una
pura conspiración del azar en nuestra contra.
-El Otro: creo
que Él me echará de mi trabajo, pero la verdad no me importa. Por
eso se lo digo de una vez. Fue una charla demasiado amena; lástima
que tendrá que terminar de la manera más inesperada. Pues aún no
terminará y cada uno de Ustedes subirá a ese auto que llega justo
en este momento. Así que tantas cosas maravillosas que han dicho no
han servido de nada. Pues La Otra es la única que ha atinado a la
intención inicial de mi invitación, esto es “una pura
conspiración del azar en nuestra contra”...
CONTINUARÁ...
DIÁLOGO ESTÁTICO
A CUATRO VOCES PRONOMINALES (II)
-Ella:
debería salir corriendo y gritar y sentarme en un rincón a llorar y
lamentarme, pero no lo haré, o quizá sí, solo me queda esperar.
Ese carro que viene por nosotros es demasiado extraño como para
hacer cualquier esfuerzo para evitar montarse en él; las cosas
extrañas pueden resultar más interesantes que las mal llamadas
“interesantes”.
-La
Otra: no me parece para nada sorprendente el hecho de montarnos en
ese carro, pero lo haré; de todas formas mi vida trasciende en lo
cotidiano y monótono, así que esto quizá le dé un toque de
extrañeza a tanta mala costumbre.
-Él:
me da igual. Subámonos lo antes posible antes de que el inclemente
sol empiece a hacer de las suyas con nuestras pieles.
-El
Otro: quiera o no quieran montarse tendrán que hacerlo, no les queda
otra salida. Para sorpresa de ustedes no tengo ni idea de cuál será
nuestro rumbo en este siniestro.
Ya
había pasado un tiempo prudente como para estar próximo el medio
día de esa fecha sin relevancia. El carro se detuvo justo en frente
de ellos, con lo cual el esfuerzo que tuvieron que hacer para subirse
a éste fue mínimo, se subieron, y allí comenzó el padecimiento de
estos cuatro personajes.
-La
Otra: ¡qué frío hace!
-Ella:
sí, es bastante fría la mañana en este auto lujoso. El sol no
asegura calor.
-La
Otra: el sol no asegura cosa alguna.
-Ella:
es cierto, quizá sea más cálido el mito del infierno.
-La
Otra: tal vez así lo sea.
-Ella:
la noche de ayer pensé que hoy sería un día extraño.
-Él:
de nada sirve pensarlo, ahora, justo ahora, puede afirmarse esa
situación.
-Ella:
solo lo pensé, eso no implicaba que fuera a suceder o que estuviera
adivinando ni afirmando el destino; esto es pura cuestión de azar.
-Él:
es demasiado azaroso, el destino tiene más forma que el azar, por
ello es más pavoroso.
-La
Otra: siento que vamos camino a la muerte o al abismo, que resulta
ser casi lo mismo.
-Ella:
hacia allá vamos; sea hoy o mañana, en un mes o en muchos años, es
lo único fijo, la diferencia está en el camino.
-El
Otro: todos los caminos son diferentes, así recorramos el que, en
apariencia, es el mismo.
Hubo
una pausa repentina.
-La
Otra: cuando pienso en que el vino se ha terminado me entran unas
ganas inmensas de llorar.
-Ella:
¿por esas banalidades le dan ganas de llorar?
-La
Otra: esas pequeñas cosas son por la que vale la pena llorar. Para
qué hacerlo por el sufrimiento, la soledad, el olvido o la muerte.
Esas cosas son demasiado monótonas y habituales, ya no sorprenden,
porque ese camino diferente marca en sí una igualdad: lo que produce
lamentación es siempre lo mismo, lo normal, lo convencional.
-Ella:
a veces me han dado ganas de pensar que esas hojas color marrón que
había en el parque adornarían sobremanera la fría lata de este
carro. Sería un camino menos tortuoso, pero no quiero llorar, no me
gusta hacerlo.
-Él:
no lloren, no lo hagan, me fastidia mucho el llanto.
-Ella:
usted parece tan insensible y, por lo que veo, así lo es.
-Él:
no lo soy, deje el drama.
-Ella:
esa respuesta afirma lo que he dicho antes.
-Él:
nada afirma cosa alguna, todo pasa, simplemente pasa.
-Ella:
eso lo reafirma aún más.
-Él:
eso me parece estar escuchando, en otras palabras, la verdad.
-Ella:
cualquier cosa puede ser verdad; no hay una única verdad, hay muchas
y variadas verdades.
-La
Otra: con esas cosas que están diciendo estoy a punto de caer en el
llanto.
-Él:
llore si es lo que quiere, o no lo haga si siente que es mejor así;
preferiría que fuera la segunda opción la que usted escogiese.
-El
Otro: debería dejar de hablar tanto. El silencio es necesario.
-Ella:
así debería ser siempre, pero escuchar los sonidos del mundo es tan
agobiante y fúnebre.
-La
Otra: es tormentosa la noche. Los gatos haciendo ruido en los techos,
los perros haciendo ruido en el aire, la gente respirando y gimiendo
todas las noches, esa es una verdadera tortura: da cuenta de la vida
en el exterior.
-Ella:
así es.
-Él:
de acuerdo con usted.
-El
Otro: concuerdo con lo que dicen, pero creo que cada vez nos
aproximamos más al lugar al que este camino conduce.
-Él:
deberíamos callar unos minutos y tratar de dormir o por lo menos
cerrar los ojos.
Un
momento de calma invadió el auto. Ellos dormían (o cerraban
simplemente los ojos). Llegaron al lugar al que iban, pero del cual
ellos no tenían la más mínima idea.
-Ella:
¿qué lugar es este?
-La
Otra: por lo menos es tranquilo, y hace menos frío que en el auto.
-El
Otro: este lugar me recuerda un lugar que leí, pero era más bonito
en la expresividad de las letras.
-Él:
no importa dónde estemos. Lo relevante sería saber para qué
estamos en este lugar.
Irrumpió
nuevamente el silencio.
-La
Otra: quiero un trago de vino y un cigarrillo, me resulta familiar
este lugar, quizá sea el mismo en el que El Otro estuviese pensando.
-El
Otro: yo pensaba en un lugar como aquellos que describía Lewis
Carroll en sus obras “para niños”.
-La
Otra: yo pensaba en eso mismo, pero en mi caso era “para niñas”.
-El
Otro: no importa para quién fuera, finalmente solo fueron letras
sueltas al son de la tinta y la mano. Lo real.
-Él:
¿qué dice? ¿Lo real?
-El
Otro: sí, “lo real”. Aquello que despierta reales emociones, lo
que no se ve con los ojos abiertos sino con ellos cerrados en la
liberación última de los sentidos. El éxtasis mayor de la plenitud
hecho palabra-ausencia-mundo. Un espacio en el cual las palabras
describen más lo que el cuerpo no puede, lo que el mundo real no
permite, eso es lo real: la realidad real.
-Ella:
eso se presta para discusiones muy complejas y divergentes, por eso
dejémoslo ahí y pensemos en qué demonios estamos haciendo en este
lugar.
-La
Otra: esas velas encendidas a plena luz del día. Pero quizá en otro
lado es de noche, así que no resulta descabellado encenderla a
cualquier hora. Tengo hambre.
-Ella:
un trago de vino sería perfecto. No hay ni un reloj que manifiesta
el tiempo, pues el espacio ya lo tenemos definido: la duda.
-El
Otro: ¿para qué un reloj cuando se está en la incertidumbre?
-La
Otra: deberíamos dejar de jugar ya y salir de esta habitación. Esta
algarabía de fin de año y comienzo del otro se ha extendido
demasiado.
-Ella:
sí, ya estamos diciendo más disparates que en la primera entrada.
-Él:
sí, esta habitación la necesitan los del grupo de teatro para
ensayar y preparar las fiestas de pascua. ¡Qué acelerados son!
Nuevamente
reinó el silencio en ese lugar, aparentemente un parque, pero ni Él,
ni Ella fueron muy claros, pero tampoco El Otro ni La Otra despejaron
claramente lo que era realmente ese parque.
-Ella:
esto ha sido lo más próximo a la pesadez que se siente cuando la
vida sobrepasa los cuarenta años.
-Él:
ni personificando o haciendo la ficción de algo esto realmente pase.
Encenderé un cigarrillo más en mi boca de cenizas.
-La
Otra: ha resultado más decepcionante de lo que esperaba.
-El Otro: no ha pasado nada. Todo continuará igual. “Ahora es nunca o jamás, o simplemente fue”. Deberíamos recordar que cuando se está en un cuarto como este, viendo un montón de máscaras y disfraces, lo que da ganas de pensar es en la vida cotidiana, en el mundo teatral, cómico y trágico que la vida es allá afuera, en este afuera también se siente estar más adentro, pero nunca estamos resguardados, siempre la deriva, el azar y la intemperie manifiestan la vida real, la vida en sí.
-Él:
sí.
-Ella:
sí.
-La
Otra: sí.
-El
Otro: y así será siempre, por los siglos de los siglos.
Posterior
a eso todos se levantaron, dejaron de recrear ese mundo casi real en
el que se habían sumergido. Salieron a la calle, y sí, todo seguía
igual. No pasó ni pasaba nada que irrumpiera en lo cotidiano.
Sirvieron más trago ruso (ese era el que realmente estaban tomando)
y siguieron cada uno su curso, cualquier curso: la línea del camino
diferente. El Otro, gritó: “esta ficción del afuera es demasiado
abrumadora”
*El presente relato es autoría del señor Juan David Gómez Trujillo, cualquier inquietud al respecto: juangato16@outlook.com