METÁFORA DE LA BOMBA
A Olivia, en la mañana
calurosa y seca, la sal en las manos le abundaba. Antes, a mitad de la noche, bajó
los pies de la cama aun con los ojos cerrados tratando de ceder ante la presión
de su boca seca que pedía agua fresca.
La noche era calurosa y quieta, el paisaje semejaba una fotografía de
antaño, petrificada ante la luz tenue de la luna en sus madrugadas. Era ligera y podría caminar sin ver por toda
la casa hasta la nevera; la había memorizado de tantos años viviendo ahí, y
sobre todo, estaba urgida de agua. No tenía conciencia de lo que podría suceder
si se tropezaba con un golpe seco la pantorrilla, si su cabeza rebotaba como
resorte contra la pared, o si confundía la escalera y caía de bruces rompiendo
su cuello, quedando en silencio hasta morir pues Octavio dormía profundo
después de los tragos.
Al llegar abajo, a
salvo de la escalera y viva, con mayor conciencia de su estado se sintió
aliviada. Su boca buscaba siempre imperiosa el agua fresca. Antes, estando
dormida había soñado que la lamía de las
hojas de los árboles en un bosque húmedo y seco en el que se hallaba sin poder
salir, ni aun golpeando fuerte en su propio cuerpo desde adentro, desde la
profundidad somnolienta de su deseo, desde la angustia de su ahogo. En su sueño sabía
que antes había comido sal entera, por puñados se la habían metido a fuerzas a
la boca obligándola a tragar sin mesura y veía su propia boca blanca, abierta,
doliente y las manos empujando con los dedos negros, grandes y escarpados la
sal hasta la garganta, lo recordaba mientras chupaba con necesidad las flores,
los tallos, las hojas, cerrando los ojos tratando de poner su empeño en
concentrarse en la sensación fresca del líquido.
Abrió la nevera y un
nuevo alivio recorrió su cuerpo. La temperatura fría la hizo sentirse aún más
plácida de lo que estaba ante el agua
que tanto anhelaba. Tragó vasos de agua fresca hasta llenar su estómago sin
todavía poder saciar su ansiedad. Tomaba al mismo tiempo amplias bocanadas de
aire para poder tragar y tragar el agua sin remilgos; se le derramaba por las
comisuras de los labios, de lado a lado y mojaba su pecho, sus senos, su ropa. Cuando
su estómago empezó a crecer pesado de tanto líquido y los pulmones le
reclamaron el aire, se recostó en la nevera exhausta dejándose llenar del frío
de la nevera en el sopor de la oscura noche veraniega… Y así permaneció
dormitando lentamente con la nevera abierta deseando esa temperatura en la cama
donde Octavio, tibio y profundo, navegaba en los ires y venires del sueño,
lejanísimo de su estado.
Cerró la nevera y
desapareció la luz, el fresco y la angustia. Inició su caminata parsimoniosa
hasta la habitación lamentándose mentalmente de haber bebido tan
desesperadamente tal cantidad de agua y se sentía estúpida por dejarse llevar
de ese impulso y ahora estar mojada como tonta andando a rastras por la casa
oscura. En un instante escuchó un ruido sordo de explosión mínima. Se detuvo un
instante considerando la posibilidad de oprimir el interruptor de la luz,
voltearse, examinar, perder tiempo, sueño, no tenía ganas, se fue a la cama, se
acostó de lado ignorando a Octavio y terminó la noche sin angustias. En la mañana, calurosa y seca, en sus manos
la sal abundaba. La conciencia de la mujer jamás sabrá si soñó realmente:
hay ignorancias que son para siempre.
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