martes, 26 de noviembre de 2013

MARCH CARDONA



Nombre: Agujeros
Técnica: Lapices de colores sobre papel.

Fragmento: "No sé, te juro, pero estaban convencidos. De lo que eran, supongo, de lo que valían, de su diploma. No, no es eso. Algunos eran modestos y no se creían infalibles. Pero hasta el más modesto se sentía seguro. Eso era lo que me crispaba, Bruno, que se sintieran seguros. Seguros de qué, dime un poco, cuando yo, un pobre diablo con más peste que el demonio debajo de la piel, tenía bastante conciencia para sentir que todo era como una jalea, que todo temblaba alrededor, que no había más que fijarse un poco, sentirse un poco, callarse un poco para descubrir los agujeros. En la puerta, en la cama: agujeros. En la mano, en el diario, en el tiempo, en el aire: todo lleno de agujeros, todo esponja, todo como un colador colándose a sí mismo..." Tomado de Julio Cortázar, "El Perseguidor", Alianza Editorial, Madrid: 1993.

EDISON GAVIRIA

VÍDEOARTE

El video arte es un movimiento artístico y experimental  concebido en los inicios de los años 60 de la mano de Wolf Vostell;  cuando el artista plástico presenta una video instalación llamada “ciclo habitación nueva”. Dicha obra, consistía de 3 piezas en una habitación negra que evidenciaba la relación entre la televisión y el arte.  El músico electrónico Nam June Paik en el año 1965 obtuvo la primera cámara portátil de SONY. Dicho objeto le permitió el 4 de noviembre grabar desde un taxi en las calles de Nueva York la visita del Papa Pablo VI, con el objetivo de captar una realidad subjetiva, al margen de las funciones de grabación de la televisión.
La utilización de medios electrónicos analógicos y digitales para hacer arte desde esta época, comienza a tomar valor mediante una dinámica visual y auditiva, ya que la filosofía esencial del videoarte es romper con estructuras comerciales, para crear narrativas audiovisuales no convencionales con un valor estético único, creado por un artista con la capacidad de ver más allá de las reflexiones personales, para crear emociones a partir de la experimentación y la influencia del  Arte conceptual, el perfomance,  el art happening , el minimalismo, entre otros.
Aquí los recursos técnicos no importan, de hecho una de sus mayores ventajas y características es que no se necesita  de enormes  presupuestos, solo una intencionalidad artísticas que sea capaz de alterar todo acto comunicativo, informativo, conceptual y poético. El fin es netamente artístico,  por lo que todo vale. Los  códigos expresivos no tienen limite, pues el solo hecho de transgredir con estereotipos  y el experimentar, hacen de este movimiento un arte versátil que solo parte de la utilización del video, la inspiración de lo cotidiano, y una mente lo suficientemente inmadura capaz de plasmar, solamente, arte.
Para entender el vídeo Arte he aquí una corta, pero significativa muestra de algunos:

Wolf Vostell - Sun in your head


Nam June Paik - Global Groove 

Peter Campus - Three Transitions 



Los siguientes enlaces los llevará directamente al servidor que los posee, por políticas de blogger algunos no pueden ser enlazados:

I parking

L'impossibilità del rapporto a tre

PEZ-BAILARINA


Miedo no tenia  

JUAN GÓMEZ

DIÁLOGO ESTÁTICO A CUATRO VOCES  I y II


           Ella un día cualquiera salió a caminar. Dejó su carro guardado en su parqueadero porque quería contemplar el mundo de otra forma. Salió de casa un poco antes de lo habitual, es decir, como aquel hábito de la puntualidad se lo había exigido durante tanto tiempo.


Él un día cualquiera salió a caminar. Dio descanso a su conductor y salió a contemplar el mundo de la manera real. Salió de su casa a la misma hora, como si fuera en el auto, pues no le importaba ser cumplido. Era quien mandaba. Podía tomarse ese tipo de licencias.

La Otra un día cualquiera salió a caminar. Era su costumbre hacerlo diariamente para ir al lugar donde trabajaba. Quedaba a unas pocas cuadras de su casa aquel lugar que no importa saber el nombre. Salió a la misma hora, pues ya era lo habitual que fuera de esa manera. Era una empleada, pero no le importaba, siempre respondía y cumplía con sus obligaciones, como buena persona sicorrígida que era.

El Otro un día cualquiera salió a caminar. No le gustaba hacerlo. Pero ese día tuvo que salir caminando por sus propios medios, pues su motocicleta estaba averiada y el afán podía más que cualquier otra cosa, pero aún así no le importaba si llegaba tarde a su lugar de trabajo. Eso lo hacía por ocio más que por necesidad.

El reloj marcaba las siete de la mañana de un miércoles dos de enero del año dos mil ocho. Los cuatro caminaban, en el parque, quizá no era el mismo, pero la hora sí, el tiempo era estático e igual para todos cuatro. Era una mañana fría, después de muchos días festivos, donde confluía la resaca con la pereza de comenzar de nuevo y ver cómo el tiempo y el mundo se hacía miseria en sus narices. No nevaba, pues no pasó en Europa lo que va a pasar. Ni tampoco hacía sol porque no era en el cono sur donde pasaba lo que pasaría cuando pasara. Era una mañana de clima tropical. El parque estaba lleno de grandes árboles; muchos de ellos rodeaban su entorno con su florecimiento amarillo o rosado; era algo maravilloso a esa hora de la mañana. El azar empezó a jugar.

-Ella: ¡Buenos días! Parece como si el mundo se hubiera detenido y convertido en un eterno lamento. ¡Maldita la hora en que se me ocurrió salir sin el carro! dijo.

-Él (que casualmente pasaba cuando Ella emitía esas palabras): ¡Muy buenos días! Es una linda mañana para contemplar las primeras horas del día. Di vía libre a mi conductor y me dieron ganas de caminar y contemplar la plenitud del mundo hecho realidad. No veo por qué usted, señora, está tan enojada. Dijo.

-La otra (que pasaba por allí todos los días, escuchó lo que Ella y Él habían dicho): ¡Buenos días! Ustedes se asombran por algo que para mí es tan normal. Ese árbol florece dos veces al año de esa manera; durante cierta temporada está sin hojas y solo es el tronco el que se manifiesta; pareciera que estuviera evocando la tristeza de antaño. Esta acera la he visto deteriorarse durante muchos años y nunca hacen algo para repararla. Incluso camino siempre por las mismas baldosas, sin pisar la línea, pues sería como estar a punto de cruzar el abismo. ¡Y ustedes ven esto tan asombroso! ¡Qué ridiculez! Dijo.

-El Otro (estaba sentado en la banca, amplia, por demás, donde pasó todo lo que se dijo antes): no se quejen, siéntense, hablemos, y dejen de pensar en esto o aquello; les invito a que tengamos una charla amena, corta, pero sustanciosa. Sí, no se hagan los tontos, ustedes. Usted, Usted, Usted y Yo, por supuesto, que para cada uno de ustedes soy otro Usted.

-Ella: Él, me gustaría responderle que no es que me sienta enojada, es que los días no son tan  maravillosos como éste, aunque igual parece que la estaticidad fuera lo único que dominara el mundo, pero es tan solo una apariencia, nada más que eso. Y, para darle respuesta a El Otro, me parece bien, la verdad estoy tan asombrada que me gustaría quedarme contemplando un poco más este paisaje, pues creo que cada pintura o cuadro es algo diferente cada día. Todos los amaneceres son diferentes. Sentenció.

-Él: es una buena idea. Podemos quedarnos contemplando el mundo tomando un café, pero tiene que ser en esta banca, en ninguna otra sería como en esta, pues hasta las bancas pueden traer consigo una mística que no todas compartirían. Pediré café para todos. Dijo.

-La Otra: la idea de quedarnos me parece buena; a ver si por fin vuelvo a darme cuenta de que el mundo tiene cosas extraordinarias para compartir con completos extraños como Ustedes, y yo, claro está.

-El Otro: está bien, veo que comparten mi idea de quedarnos contemplando el mundo un rato, pero será el mundo este parque y nosotros seremos sus únicos habitantes por un lapso de tiempo considerable.

Se aproximaban las siete y media de la mañana de ese día y en ese parque en donde todos confluyeron sin pensarlo con unos completos extraños que querían aislarse del mundo y reducirlo a tan solo una banca y los árboles que alrededor de ella había. Hubo silencio durante varios minutos, hasta que una voz se alzó:

-Él: iré ya por el café.

-La Otra: se está demorando mucho para ir; o si quiere traiga vino, es menos cotidiano que el café.

-Ella: sí, vaya pronto, traiga cualquier cosa, preferiblemente el vino y unos cigarrillos.

-El Otro: veo que están bastante animados, de igual modo los acompañaré, amables son todos Ustedes.

Un silencio sepulcral invadió aquel lugar que estaba en el espacio abierto.

-La Otra: por fin has llegado (refiriéndose a Él). ¿Sí has traído el vino?

-Él: claro que sí; además de ello también traje café, para quien quiera tomarlo.

-La Otra: me parecer perfecto, dame un trago de vino

-Ella: denme un trago a mí también. Muero de sed a pesar de ser aún tan de mañana.

-El Otro: está bien, ahora sí empecemos a hablar de alguna cosa; hagamos como si fuéramos amigos de toda la vida y quisiéramos dar nuestro parecer sobre el mundo sin importar reproches ni nada parecido. Antes de ello denme un trago y un cigarrillo; nunca es mal momento para los placeres mundanos.

-Ella: hoy salí de mi casa pensando que iba a ser un día tan normal y aburrido como todos los demás. Por esa razón dejé mi auto, para ver si presenciaba alguna cosa diferente en mi trayecto al trabajo, y creo que estuve en lo cierto. La gente solo vive lamentándose, incluso hasta yo. A veces me siento a mirar por la ventana de mi cuarto y me doy cuenta de que la vida se me pasa por encima y yo no hago nada para aprovecharla, ni siquiera contemplar algo tan insignificante, en apariencia, como aquel árbol amarillo que está en frente de nosotros. No sirve de nada tener algo estable; volverse esclavo del reloj; pensar solo en cumplir responsabilidades, y ¿dónde queda el ocio, la contemplación de sí y del mundo, las sonrisas honestas o las lágrimas libres y puras que humectarían nuestro rostro? Todo eso toca tragárselo, como si fuera un trago de vodka barata: baja rompiendo y pelando la garganta formando un taco que no explota ni encendiendo un cigarrillo en medio de un contenedor de gasolina.

-Él: es cierto.

-La Otra: es cierto, dijo.

-El otro: es verdad, pero aquello puede sopesarse con la ficción: hacer que el mundo parezca lo que cada uno quiere; mostrar esa cara ingenua (que no es más que la apariencia) ante el resto del mundo. Tragárselo a pedacitos. Pensar que cada vez que nos estamos lamentando es porque hemos hecho de cada día de nuestra vida un suplicio más que una contemplación del mundo. Dejar a un lado prejuicios y hacer de todo un juego, una libertad absoluta, un espacio en el que el azar sea el único dominante: el que lo rige todo; moverse de acá para allá, sea con alegría o con llanto, pero ante todo que sea porque queremos, y no por cuestiones externas a los demás, es decir, y para que no suene a sermón de libro de autoayuda, pensar que cada mundo es diferente y cada quien actúa conforme quiere, obviamente teniendo en cuenta a los demás, pero para este caso los Demás serán como  puntos pintados en un muro gigante en donde cada uno pasa desapercibido y padeciendo cosas diferentes a las del resto. Ser egoísta si es necesario.

-Ella: puedes tener algo de razón.

-La Otra: sí, lo comparto, pero quizá exageres un poco.

-Él: tienes razón, pero puede ser que no todos sean iguales. Que incluso la percepción del florecer de un árbol amarillo no sea igual de atractivo para otros, pero la diferencia tiene que estar, y marcarla o hacerla notar cada vez que se pueda. Pues acá yo soy más que Ustedes, pues tengo tanto dinero que ni se alcanzan a imaginar y una empresa bastante productiva. Por esa razón hay diferencia. Mi mundo es hermético, pero al mismo tiempo frágil; es frívolo, pero también en mi interior es cálido como el placer que produce ver el contorno y las líneas de una montaña en el horizonte. Pero aún así, soy diferente, obviamente sin tener en cuenta que desde tiempo inmemorial la diferencia ha sido demasiado importante, pero yo la radicalizo en aspectos singulares. Ustedes no son como Yo, y viceversa.

-El Otro: sí, tiene usted razón, pero sigue siendo demasiado materialista y simplista para el mundo.

-Ella: es usted alguien casi sin escrúpulos. Ha sabido manejar muy bien la máscara de la vida.

-La Otra: ustedes hablan y me parece escuchar gente que no habita este mundo. Es lo cotidiano, lo normal lo que vuelve estática la vida. El hermetismo impide ver que cada minuto que pasa es la diferencia entre la vida y la muerte. Todos estamos acá, unos adoran el dinero, otros su ridícula vida amorosa, otros la monotonía y la austeridad; también están los que sienten el mundo y piensan que un árbol es el esplendor máximo de la naturaleza; están los que hacen del resto de los animales una comunión íntima con el ser humano, como si éstos fueran uno más. No, la cosa no es tan maravillosa. Tampoco estoy diciendo que el camino sea la lamentación y el llanto; pero tampoco estoy a favor de ver el mundo como el esplendor máximo de la divinidad y que todo lo que existe en éste sea por lo que tengamos que vivir sonrientes o felices todo el tiempo. Me parece más sorprendente ver una línea bien trazada en el lugar más inoportuno; sentir la punta de una hoja en la yema de mis dedos; mirar al sol y ver que es tan imperfecto que necesita esconderse varias horas y todos los días, cada mes, durante todos los años, por los siglos de los siglos; o ver cómo cada cigarrillo o cada trago de licor que me tomo vuelve mis sentidos otra cosa, pues se hace insoportable tanta monotonía. En fin, hasta la misma embriaguez de los sentidos es aburrida cuando se vuelve monótona. Es mejor estar viviendo y esperar nada, para que así la decepción o la ansiedad no sean el motor de nuestras vidas y nos conviertan en unas máquinas parlantes que repiten lo mismo todo el tiempo y luego nos miramos en el espejo y nos damos cuenta de que somos uno más del montón.

Pasaron varios minutos. Eran ya casi las nueve de la mañana de ese día dos de enero del año dos mil ocho, pues entre cada respuesta había un intervalo de tiempo prudente como para decir que hubo silencio.

-Ella: creo que son posiciones muy diferentes, algunas convergentes, pero están bien hechas y se ve que son desde lo más profundo. ¡Qué buen vino!

-Él: sí, han sido unos minutos bastante amenos, y yo diverjo más de lo que converjo con ustedes.

-La Otra: siento que Ustedes son unos completos extraños y lo que hemos hablado lo ha reafirmado sobremanera. Resulta que no por tratar de estar en armonía con el mundo y quienes lo habitan, la cosa va a funcionar.

-El Otro: a mí me parece que la ficción lo puede todo; si nos sumergimos en ella el mundo puede tornarse de múltiples colores, de varias cosas que ninguno de nosotros será capaz de comprobar alguna vez en esta existencia. Por esa razón yo prefiero nadar en el mar de la ficción y vivir en la aparente armonía que el mundo permite crear.

-Ella: eso es todo por esta vez, tengo que seguir mi rumbo. Seguiré lamentándome y maravillándome con el mundo, pues salir sin auto me permite eso.

-Él: sí, ha sido un gusto estar con ustedes. Seguiré contemplando y buscando diferencia hasta en cada uno de mis pasos.

-La Otra: la pasé bien, mas no digo que son personas maravillosas; creo que hoy fue una pura conspiración del azar en nuestra contra.

-El Otro: creo que Él me echará de mi trabajo, pero la verdad no me importa. Por eso se lo digo de una vez. Fue una charla demasiado amena; lástima que tendrá que terminar de la manera más inesperada. Pues aún no terminará y cada uno de Ustedes subirá a ese auto que llega justo en este momento. Así que tantas cosas maravillosas que han dicho no han servido de nada. Pues La Otra es la única que ha atinado a la intención inicial de mi invitación, esto es “una pura conspiración del azar en nuestra contra”...

CONTINUARÁ...


DIÁLOGO ESTÁTICO A CUATRO VOCES II


-Ella: debería salir corriendo y gritar y sentarme en un rincón a llorar y lamentarme, pero no lo haré, o quizá sí, solo me queda esperar. Ese carro que viene por nosotros es demasiado extraño como para hacer cualquier esfuerzo para evitar montarse en él; las cosas extrañas pueden resultar más interesantes que las mal llamadas “interesantes”.

-La Otra: no me parece para nada sorprendente el hecho de montarnos en ese carro, pero lo haré; de todas formas mi vida trasciende en lo cotidiano y monótono, así que esto quizá le dé un toque de extrañeza a tanta mala costumbre.

-Él: me da igual. Subámonos lo antes posible antes de que el inclemente sol empiece a hacer de las suyas con nuestras pieles.

-El Otro: quiera o no quieran montarse tendrán que hacerlo, no les queda otra salida. Para sorpresa de ustedes no tengo ni idea de cuál será nuestro rumbo en este siniestro.

Ya había pasado un tiempo prudente como para estar próximo el medio día de esa fecha sin relevancia. El carro se detuvo justo en frente de ellos, con lo cual el esfuerzo que tuvieron que hacer para subirse a éste fue mínimo, se subieron, y allí comenzó el padecimiento de estos cuatro personajes.

-La Otra: ¡qué frío hace!

-Ella: sí, es bastante fría la mañana en este auto lujoso. El sol no asegura calor.

-La Otra: el sol no asegura cosa alguna.

-Ella: es cierto, quizá sea más cálido el mito del infierno.

-La Otra: tal vez así lo sea.

-Ella: la noche de ayer pensé que hoy sería un día extraño.

-Él: de nada sirve pensarlo, ahora, justo ahora, puede afirmarse esa situación.

-Ella: solo lo pensé, eso no implicaba que fuera a suceder o que estuviera adivinando ni afirmando el destino; esto es pura cuestión de azar.

-Él: es demasiado azaroso, el destino tiene más forma que el azar, por ello es más pavoroso.

-La Otra: siento que vamos camino a la muerte o al abismo, que resulta ser casi lo mismo.

-Ella: hacia allá vamos; sea hoy o mañana, en un mes o en muchos años, es lo único fijo, la diferencia está en el camino.

-El Otro: todos los caminos son diferentes, así recorramos el que, en apariencia, es el mismo.

Hubo una pausa repentina.

-La Otra: cuando pienso en que el vino se ha terminado me entran unas ganas inmensas de llorar.

-Ella: ¿por esas banalidades le dan ganas de llorar?

-La Otra: esas pequeñas cosas son por la que vale la pena llorar. Para qué hacerlo por el sufrimiento, la soledad, el olvido o la muerte. Esas cosas son demasiado monótonas y habituales, ya no sorprenden, porque ese camino diferente marca en sí una igualdad: lo que produce lamentación es siempre lo mismo, lo normal, lo convencional.

-Ella: a veces me han dado ganas de pensar que esas hojas color marrón que había en el parque adornarían sobremanera la fría lata de este carro. Sería un camino menos tortuoso, pero no quiero llorar, no me gusta hacerlo.

-Él: no lloren, no lo hagan, me fastidia mucho el llanto.

-Ella: usted parece tan insensible y, por lo que veo, así lo es.

-Él: no lo soy, deje el drama.

-Ella: esa respuesta afirma lo que he dicho antes.

-Él: nada afirma cosa alguna, todo pasa, simplemente pasa.

-Ella: eso lo reafirma aún más.

-Él: eso me parece estar escuchando, en otras palabras, la verdad.

-Ella: cualquier cosa puede ser verdad; no hay una única verdad, hay muchas y variadas verdades.

-La Otra: con esas cosas que están diciendo estoy a punto de caer en el llanto.

-Él: llore si es lo que quiere, o no lo haga si siente que es mejor así; preferiría que fuera la segunda opción la que usted escogiese.

-El Otro: debería dejar de hablar tanto. El silencio es necesario.

-Ella: así debería ser siempre, pero escuchar los sonidos del mundo es tan agobiante y fúnebre.

-La Otra: es tormentosa la noche. Los gatos haciendo ruido en los techos, los perros haciendo ruido en el aire, la gente respirando y gimiendo todas las noches, esa es una verdadera tortura: da cuenta de la vida en el exterior.

-Ella: así es.

-Él: de acuerdo con usted.

-El Otro: concuerdo con lo que dicen, pero creo que cada vez nos aproximamos más al lugar al que este camino conduce.

-Él: deberíamos callar unos minutos y tratar de dormir o por lo menos cerrar los ojos.

Un momento de calma invadió el auto. Ellos dormían (o cerraban simplemente los ojos). Llegaron al lugar al que iban, pero del cual ellos no tenían la más mínima idea.

-Ella: ¿qué lugar es este?

-La Otra: por lo menos es tranquilo, y hace menos frío que en el auto.

-El Otro: este lugar me recuerda un lugar que leí, pero era más bonito en la expresividad de las letras.

-Él: no importa dónde estemos. Lo relevante sería saber para qué estamos en este lugar.

Irrumpió nuevamente el silencio.

-La Otra: quiero un trago de vino y un cigarrillo, me resulta familiar este lugar, quizá sea el mismo en el que El Otro estuviese pensando.

-El Otro: yo pensaba en un lugar como aquellos que describía Lewis Carroll en sus obras “para niños”.

-La Otra: yo pensaba en eso mismo, pero en mi caso era “para niñas”.

-El Otro: no importa para quién fuera, finalmente solo fueron letras sueltas al son de la tinta y la mano. Lo real.

-Él: ¿qué dice? ¿Lo real?

-El Otro: sí, “lo real”. Aquello que despierta reales emociones, lo que no se ve con los ojos abiertos sino con ellos cerrados en la liberación última de los sentidos. El éxtasis mayor de la plenitud hecho palabra-ausencia-mundo. Un espacio en el cual las palabras describen más lo que el cuerpo no puede, lo que el mundo real no permite, eso es lo real: la realidad real.

-Ella: eso se presta para discusiones muy complejas y divergentes, por eso dejémoslo ahí y pensemos en qué demonios estamos haciendo en este lugar.

-La Otra: esas velas encendidas a plena luz del día. Pero quizá en otro lado es de noche, así que no resulta descabellado encenderla a cualquier hora. Tengo hambre.

-Ella: un trago de vino sería perfecto. No hay ni un reloj que manifiesta el tiempo, pues el espacio ya lo tenemos definido: la duda.

-El Otro: ¿para qué un reloj cuando se está en la incertidumbre?

-La Otra: deberíamos dejar de jugar ya y salir de esta habitación. Esta algarabía de fin de año y comienzo del otro se ha extendido demasiado.

-Ella: sí, ya estamos diciendo más disparates que en la primera entrada.

-Él: sí, esta habitación la necesitan los del grupo de teatro para ensayar y preparar las fiestas de pascua. ¡Qué acelerados son!

Nuevamente reinó el silencio en ese lugar, aparentemente un parque, pero ni Él ni Ella fueron muy claros, pero tampoco El Otro ni La Otra despejaron claramente lo que era realmente ese parque.

-Ella: esto ha sido lo más próximo a la pesadez que se siente cuando la vida sobrepasa los cuarenta años.

-Él: ni personificando o haciendo la ficción de algo esto realmente pase. Encenderé un cigarrillo más en mi boca de cenizas.

-La Otra: ha resultado más decepcionante de lo que esperaba.

-El Otro: no ha pasado nada. Todo continuará igual. “Ahora es nunca o jamás, o simplemente fue”. Deberíamos recordar que cuando se está en un cuarto como este, viendo un montón de máscaras y disfraces, lo que da ganas de pensar es en la vida cotidiana, en el mundo teatral, cómico y trágico que la vida es allá afuera, en este afuera también se siente estar más adentro, pero nunca estamos resguardados, siempre la deriva, el azar y la intemperie manifiestan la vida real, la vida en sí.

-Él: sí.

-Ella: sí.

-La Otra: sí.

-El Otro: y así será siempre, por los siglos de los siglos.

Posterior a eso todos se levantaron, dejaron de recrear ese mundo casi real en el que se habían sumergido. Salieron a la calle, y sí, todo seguía igual. No pasó ni pasaba nada que irrumpiera en lo cotidiano. Sirvieron más trago ruso (ese era el que realmente estaban tomando) y siguieron cada uno su curso, cualquier curso: la línea del camino diferente. El Otro, gritó: “esta ficción del afuera es demasiado abrumadora”

NO CONTINUARÁ




JÉSSICA M. FLÓREZ

AIRE DE BACH


Aire, escribir aire, componer aire; trasladarlo a la musicalidad suave de su pasar desprevenido, inadvertido; a veces tan quieto y denso que parece detener con él el tiempo, pero a veces tan callado, tan distante, que nos sorprende dejándonos, llevándose con él los recuerdos, esas hileras de pensamiento entretejido.  Se nos presenta inquietante, arrogante, y nos traslada con él a lugares insólitos, tal vez reales, tal vez fantásticos, arrebatándonos todo.  Es en momentos tan sutil, tan placentero, como un acompañante que murmura tristezas o alegrías de otros tiempos, nostálgico, ensimismado, las más de las veces traicionero, siempre certero, así es el aire de Bach.
Encontrarse y sentir esta composición es como decidir estar desnudo esperando que el aire te cobije, te hiele en un frío abrazador.  Dos cuerpos que se encuentran y danzan en un espacio lleno de aire y piel, un cuerpo que se mueve en la oscuridad de la noche, y un aire que él quisiera llevar hacia ella para abrazarla, mientras ese mismo aire les murmura el sonido de las esferas.
Aire de Bach, aire de infinitos desencuentros. Extiende su mano de aire que le acaricia la piel a ella que está dormida, mientras el amante espera lejano, evocando siluetas perdidas, miradas diagonales.  Aire, con su cuerpo de aire la envuelve, se humedece, se evapora en la solidez de su carne; las figuras que conjugan sueños olvidados. Ella se desvanece, renace, vuela, cae, en una suite de movimientos pasionales.  Él, el que espera, sigue danzando en la oscuridad, retorciendo imágenes, trastocando olores.  Pero aire fluye, permanece inalcanzable, se filtra en gotas blancas, se une y desune en compases lentos, le murmura a ella notas cristalizadas y agudas.  El amante escucha atentamente aferrándose a sus últimos suspiros, capturando fragmentos de sonidos permeados, cadencias y frases lisas y suaves;  él no deja de danzar y sus lágrimas juegan en silencios ondulatorios, se acerca la fiebre, el calor, el dolor de descender en su desnudez perdida, en su pasión traicionada.
Aire lo eleva, cae como pluma arrancada sin aviso, y él grita, le lanza palabras, aire de su cuerpo, lo hiere. Aire lo empuja contra las rocas, choques contra el mar, el cielo, la niebla; perturbador paisaje.  Lo sostiene sobre espacios impensables, de medidas oblicuas y laterales. El amante mira aire, siente aire, sabe aire, y su cuerpo se desangra, se duele, se prepara para el momento.  Aire lo lanza con toda su ira, sopla un vaho oscuro, torrentes punzantes; suspira sonidos mortales, continuos.  El amante que vuela, que espera, choca abruptamente contra paredes claras, un cubo, allí está ella, transparente, rosa y gris, eterna.  Su cuerpo reposa sobre ella, y ella que todavía sueña. Él derrama lágrimas sobre su rostro, la besa, con el dolor del veneno, la causa, el efecto.  Ella que sueña, en los sueños azules de inocente insistir etéreo, escucha frases que vienen y van, marea invisible; Aire, Aire de Bach, aire de siempre y nunca desencuentro.  Ella abre los ojos, conmovida por la presión del cuerpo, lo observa desnudo, inmóvil, lánguido sobre ella, muerto sobre ella, rostro de lágrima y sonrisa, fin de un cuerpo aún tibio por el deseo.


DIANA MONTES

METÁFORA DE LA BOMBA


A Olivia, en la mañana calurosa y seca, la sal en las manos le abundaba. Antes, a mitad de la noche, bajó los pies de la cama aun con los ojos cerrados tratando de ceder ante la presión de su boca seca que pedía agua fresca.  La noche era calurosa y quieta, el paisaje semejaba una fotografía de antaño, petrificada ante la luz tenue de la luna en sus madrugadas.  Era ligera y podría caminar sin ver por toda la casa hasta la nevera; la había memorizado de tantos años viviendo ahí, y sobre todo, estaba urgida de agua. No tenía conciencia de lo que podría suceder si se tropezaba con un golpe seco la pantorrilla, si su cabeza rebotaba como resorte contra la pared, o si confundía la escalera y caía de bruces rompiendo su cuello, quedando en silencio hasta morir pues Octavio dormía profundo después de los tragos. 

Al llegar abajo, a salvo de la escalera y viva, con mayor conciencia de su estado se sintió aliviada. Su boca buscaba siempre imperiosa el agua fresca. Antes, estando dormida  había soñado que la lamía de las hojas de los árboles en un bosque húmedo y seco en el que se hallaba sin poder salir, ni aun golpeando fuerte en su propio cuerpo desde adentro, desde la profundidad somnolienta de su deseo, desde la angustia de su ahogo.  En su sueño sabía que antes había comido sal entera, por puñados se la habían metido a fuerzas a la boca obligándola a tragar sin mesura y veía su propia boca blanca, abierta, doliente y las manos empujando con los dedos negros, grandes y escarpados la sal hasta la garganta, lo recordaba mientras chupaba con necesidad las flores, los tallos, las hojas, cerrando los ojos tratando de poner su empeño en concentrarse en la sensación fresca del líquido.

Abrió la nevera y un nuevo alivio recorrió su cuerpo. La temperatura fría la hizo sentirse aún más plácida  de lo que estaba ante el agua que tanto anhelaba. Tragó vasos de agua fresca hasta llenar su estómago sin todavía poder saciar su ansiedad. Tomaba al mismo tiempo amplias bocanadas de aire para poder tragar y tragar el agua sin remilgos; se le derramaba por las comisuras de los labios, de lado a lado y mojaba su pecho, sus senos, su ropa. Cuando su estómago empezó a crecer pesado de tanto líquido y los pulmones le reclamaron el aire, se recostó en la nevera exhausta dejándose llenar del frío de la nevera en el sopor de la oscura noche veraniega… Y así permaneció dormitando lentamente con la nevera abierta deseando esa temperatura en la cama donde Octavio, tibio y profundo, navegaba en los ires y venires del sueño, lejanísimo de su estado. 

Cerró la nevera y desapareció la luz, el fresco y la angustia. Inició su caminata parsimoniosa hasta la habitación lamentándose mentalmente de haber bebido tan desesperadamente tal cantidad de agua y se sentía estúpida por dejarse llevar de ese impulso y ahora estar mojada como tonta andando a rastras por la casa oscura. En un instante escuchó un ruido sordo de explosión mínima. Se detuvo un instante considerando la posibilidad de oprimir el interruptor de la luz, voltearse, examinar, perder tiempo, sueño, no tenía ganas, se fue a la cama, se acostó de lado ignorando a Octavio y terminó la noche sin angustias.  En la mañana, calurosa y seca, en sus manos la sal abundaba. La conciencia de la mujer jamás sabrá si soñó realmente: hay ignorancias que son para siempre.


NIÑA VENENO

DIME QUE ME QUIERES MUÑECA

Vamos al centro de Lima, a un bar a ver mujeres bailar dime que me quieres muñeca delante de sus bailes que destilan sexo, que insinúan drogas, que fingen amor dime que me quieres muñeca el cielo está limpio y la noche caliente, es un viernes santo y tú no te sientes santa dime que me quieres muñeca y prometo devorar tu falsa santidad de niña de casa, con la boca, con las manos, con el cuerpo dime que me quieres muñeca la ciudad sabe a tierra y calor, huele a cemento y calentura en viernes santo dime que me quieres muñeca busquemos un bar, bebamos whisky, vodka o cerveza, seamos punks, dime que me quieres muñeca como punk, crucemos las pistas con semáforo en rojo, esquivemos a la muerte, raptémosla y bebamos con ella dime que me quieres muñeca vamos a la playa a tirarnos botellas de arena, vamos a quitarnos la ropa y meternos al mar dime que me quieres muñeca, miremos el cielo y contemos aviones, adivinemos su destino, pídeme que te lleve a pasear en una de esas aves dime que me quieres muñeca. La luna está llena hoy y la gente sale de sus nidos e invade la ciudad como ratas dime que me quieres muñeca, todos lunáticos, yo soy un lunático y tú quieres ser lunática dime que me quieres muñeca, tomemos la carretera 45b y sigamos de frente cuando el camino ladee, dejemos atrás lo terrestre, coloca tu mano sobre mi mano que tiene el timón en ella dime que me quieres muñeca vira raudamente fuera del camino, estrella mi vida en tu vida, nuestras vidas en la nada dime que me quieres muñeca corramos de la mano por la avenida central, gritando a los buses, saltemos sobre los charcos, bailemos bajo la lluvia, que el calor no abandone tu cuerpo, que la timidez no mate tus ganas dime que me quieres muñeca, azotemos puertas y ventanas, hagamos ladrar a los gatos y maullar a los perros, que beban con nosotros a la orilla del mar, sobre un pájaro de acero dime que me quieres muñeca, que la noche no se acabe antes de acabar con tu cuerpo, es viernes santo dime que me quieres muñeca embriagados con vodka, con cerveza, con ron, en un bar, en un parque o montados en el bus, la noche se termina, la ciudad empieza a guardar silencio dime que me quieres muñeca, que la noche no se termine hasta que termine con tu cuerpo, que la noche no termine cuando te pregunte me quieres muñeca y tú digas que sí, que me quieres a mí, a los bares, a los perros maullando, a las ventanas azotadas, a las mujeres bailando sin amor, con amor y sin nada, a la luna llena, a los lunáticos, que me quieres punk además, que me quieres como quieres a esta ciudad que huele a cemento y calor, que sabe a tierra y orina, esta ciudad que es nuestra cada viernes en la noche, un viernes santo donde no eres tan santa donde no soy tan santo donde me quieres cuando te lo pregunto dime que me quieres muñeca. Entonces lo dices y yo me siento contento, te digo que te quiero muñeca y pregunto de nuevo si me quieres muñeca, tomas mi mano y nos paramos frente a un bus, las luces nos ciegan, te quiero muñeco me dices aprietas mi mano, me dices que me quieres en una ambulancia, en una ambulancia con ron, con cerveza y botellas de arena, me dices también qué pena que no llueve muñeco y trip trip trip el bus cae de lado, se resbala sobre el pavimento seco y caliente, sin lluvia y me dices que me quieres y que todo bien, que ya estás cansada y debes ir a casa dime que me quieres muñeca. El bus. La ambulancia. Los bares. Las mujeres. La noche. Los lunáticos. Las aves de acero. Tráeme tu amor. Trip trip trip. Te quiero muñeca como se quiere a una ciudad.


UN PUTO ÁNGEL GUARDIÁN

La cabeza me reventaba hacía tres días. Hacía tres días la sentía pesada, con un latido incipiente que anunciaba la migraña. No podía ver luz, no quería ver gente. La gente me molestaba, los repelía, me parecían todos unos tontos, artefactos imbéciles que arruinaban mi espacio. El poco espacio que poseía hacía tres meses empezaba a sofocarme, aquél clima tropical lograba hacer sudar espacios en mi cuerpo, intranspirables hasta ese momento de mi vida. No soportaba fumar y necesitaba un cigarro, no soportaba a la gente y necesitaba un abrazo. El dolor, el maldito dolor, esa resaca absurda que quizás era el anuncio de lo inevitable. Todo era inevitable, inevitable era que me sacarían de la habitación cuando ya no pudiera pagar, tres días faltaban para eso. Una punzada en la sien. Inevitable era que no había desayunado, almorzado o cenado hacía tres días. Una punzada en la sien. Ni un solo peso, punzada en la sien. No poder ver la luz, punzada en la sien. Que ella viniera a rescatarme de nuevo, mega punzada en la sien.
Me sacaba de los bares, de los baños públicos, de terrenos baldíos, mi puto ángel guardián. Esa noche vino por mí a casa de Dick. Dick estaba cansado, entre borracho y drogado, dormido sobre una baba espesa de color amarillo verdoso. Mag me levantó como pudo del sofá donde me encontraba lamentándome por mi dolor de cabeza. Mag y su pequeña fuerza ejercieron poder sobre la inercia de mi cuerpo abatido.
Mag, ese puto ángel guardián, me sube a su coche, me lleva a su casa, me quita la ropa, me mete a la ducha, me seca el cabello, me pone el pijama, me arropa en la cama. Y en el silencio de esa habitación que acunó momentos más felices, más luminosos, más buenos, más sanos; el débil murmullo de los labios de Mag, su petición ahogada a un dios en el que no cree, ese rezo improvisado, ese grito de auxilio agazapado, es el inicio de un nuevo dolor de cabeza, una nueva punzada en la sien.
No estoy muriendo, es cierto, pero quiero morirme, no he comido en casi tres días porque quiero morirme. Van a sacarme de mi habitación porque quiero morirme, me duele la puta sien porque quiero morirme. Quiero morirme hace tres días, sin mucho éxito.
Lamentablemente Mag, amor, mi amor, tu amor no puede salvarme, tu rezo no logrará alcanzarme. Lamentablemente niña hermosa, nadie puede salvarme, solo yo y yo solo necesito un cigarro aunque no soporte fumar.


FRESCO QUE ESTO NO ES CON USTED

El hombre esperó con paciencia para subir al bus, se encontraba de pie justo detrás del encargado de chequeo de ruta. Luego de unos segundos se montó, quedándose de pie junto a la registradora, el conductor lo invitó amablemente a sentarse. El hombre se mantuvo sentado casi al lado mío, nervioso, extraño, sin saber dónde colocar las manos, sin saber dónde colocar los ojos, sabiendo a la perfección dónde tenía el arma. El arma que sacó minutos después del cinto del pantalón para amenazarnos, para repetirnos que el asunto no era con nosotros, para dirigirse al amable conductor con groserías que obligaban a su voluntad a no dejar de pisar el acelerador y seguir la ruta como si nada. Fresco, que esto no es con usted, fresco que esto no es con usted, esas palabras resonaban en mi mente, golpeaban mi tímpano, ralentizaban el tiempo y apresuraban mis pensamientos, fresco, que esto no es con usted, fresco, que esto no es con usted. Bamboleaba el arma al ritmo de los baches de la calle, bamboleaba el arma al ritmo de sus lerdas y atropelladas peticiones, apuntaba a un hombre de mediana edad que poco antes que él había subido hablando por celular, vestido con modestia, a mi parecer otro usuario asiduo del bus. Fresco decía, qué calor tan hijueputa pensaba yo, fresco decía y yo sentía el sudor recorriéndome la espalda, la sien, las manos y empañando mis lentes oscuros, detrás de los que ocultaba algo de temor, algo de rabia, algo de lamento por no coger el bus anterior, por quedarme mirando las formas de la nubes, fresco, que esto no es con usted.
Esa mañana, como nunca, llevaba en el morral mi pasaporte, mi billetera llena de dinero que acaba de cambiar, mi celular, las llaves de mi maletas, mi mp3, en fin que tenía cosas que no estaba dispuesta a perder, aunque aún no decidía si quería recibir un balazo. Pero era cierto lo que decía el hombre —ese ladrón de tranquilidades, esa escoria a la que no tenía ninguna intención de darle mis cosas— había que estar fresco porque el tema no era con ninguno de los pasajeros del bus.  Deme el anillo, deme la cadena, deme el celular, deme el dinero, el modesto pasajero le pidió que le dejara para el pasaje y para mi sorpresa, el ladrón, el hombre que bamboleaba el arma con nerviosismo, le entregó unos pesos y se bajó raudo aún repitiendo su consigna, su mantra, fresco que esto no es con usted.
La tensión y el silencio en el bus se sintieron durante el resto de cuadras faltantes para llegar a la estación del metro, donde casi todos haríamos conexión. Yo estaba tan enojada, admito que mantuve los ojos cerrados e intenté sin mucho éxito pedirle a lo que muchos llaman Dios, que me salvara de esa, admito que sentí en algún momento que ese sudor en la sien, me recorría frío, no soy capaz de admitir que le habría dado mis cosas, de haberse dado el caso que me las pidiera y por último admito que esa duda aún me asusta. Por otro lado, dejé de sentir la presión en mi mano izquierda, dejé de sentir ese leve movimiento espasmódico proveniente de sus piernas. Ella fue la segunda en bajarse del bus, nerviosa, temblando, lagrimeando para no llorar, la abracé diciéndole que todo estaba bien, que no había pasado nada. Ella me dio detalles que yo no pude ver por mi negativa a moverme un centímetro, por mi reacia voluntad de apretar los ojos lo suficiente para hacerme invisible. Ella me dio detalles del arma, detalles físicos del ladrón, detalles del asaltado, ella con todo su miedo y nerviosismo le había dado cara al asunto. Allí me di cuenta, ella era cien veces más valiente que yo o más estúpida. Me gusta quedarme con la primera, me gusta pensar que mientras yo andaba rabiosa y asustada intentando un ejercicio infantil, ella pensaba en mí, en nosotras, en nuestra integridad, en no perdernos. Mientras yo pensaba en si me haría matar por un par de cosas, ella pensaba en salir ilesa, mientras a mí, aún ahora, no me deja de asaltar la maldita duda de la muerte, ella pensaba en no acabar nuestras vidas. Sé que me ama más que yo a ella, por eso la miro en las noches, a veces, mientras duerme y le prometo en ese silencio de la seguridad de nuestro hogar, que esa duda no está más, que las cosas, cosas son, le digo pasito al oído que la amo, respiro aliviada de tener el resto de la vida para amarla más que ella a mí, sin competir.

KENNY PATERNINA ARROYO

 EL VALIENTE MELANCÓLICO…


-          Soldado: General, me han llamado indecente.
-          General: ¿Conoces el triunfo?
-          Soldado: Claro, y lo he celebrado junto a esta patria.
-          General: ¿sabes por qué estás aquí?
-          Soldado: Por la guerra, claro está Señor.
-          General: ¿Solamente por eso?
-          General: No ves a tu alrededor, no hay guerra, no hay odio, el mundo está bien, las cosas funcionan, hay gente que vive en sus casas, llenos de comodidades materiales y hay otros que tienen otra clase de comodidades, pero están vivos, están bien…
-          Soldado: Pero, General, ¿cómo puede estar la vida bien si hay gente que muere?
-          General: Y ¿cómo puede estar bien si hay gente que vive soldado?
-          General: Tú estás vivo, aún no has conocido las mieles del delirio al borde de la muerte prematura. La guerra va tener sentido alguno, el día que entiendas que en realidad no es más que una mentira.
-          Soldado: Y ¿Para qué alguien mentiría por tanto tiempo?
-          General: Fácil soldado, para que gente como tú, muera sin saber que hizo.
-          Soldado: Pero. Si yo sé lo que hago cada día…
-          General: Jajajajajajajajaja…
-          General: ¿Lo sabes soldado? o ¿crees que lo sabes?
-          General: En realidad, para empezar, estás aquí porque el mandato te lo ha pedido, porque no fuiste capaz de ser real, de vivir, convivir y comer la realidad de verdad, la que vale nada más que mierda, es decir vale más que esta, donde no sabes que es lo qué deseas, cuándo lo deseas, el por qué lo deseas y no sabes si tus deseos son producto de una locura momentánea o de una realidad que ya no vale por absurda y desconocida.
-          Soldado: Entonces ¿qué es lo que hago en este lugar?
-          General: Y tienes el descaro de preguntarlo, malparido ignorante de mierda, si el mundo estuviese lleno de gente como tú, viviésemos a la velocidad de la nada.
-          General: Tú, tú, TÚ, soldado de mierda, sin alma, sin vida, sin anhelos y sin rencor, porque hasta eso te lo has dejado quitar; estas en este lugar para obedecer.
-          Soldado: Entonces Señor, ya sé para qué estoy aquí…
-          General: Entonces si lo sabes pedazo de pusilánime, por qué te incomoda que te llamen indecente.
-          Soldado: Señor, solamente estaba tomando una siesta, soñaba con mi novia y en tener bebes.
-          General: ¿Sabes? En realidad no dejo de burlarme de gente tan alienada de pensamiento como tú, como todos los de tu contingente y de mí, cuando me encontraba en tú posición.
-          General: Estás aquí, ya te lo he advertido, para obedecer, si se obedece no se piensa, si no se piensa no se anhela, si no se anhela, fácil, ya no puedes soñar. Todas estas premisas juntas son la herramienta perfecta para atrapar en esta realidad a los residuos de la sociedad, al excluido…
-          General: ¿sabes qué es un excluido?
-          Soldado: Mmmmmm…
-          General: Me lo suponía, un excluido como vos pelao, es aquel que es retirado de un conjunto de personas, por mala gente, por no saber vivir, por atrofiar el proceso y por no aportar, por solamente ser un receptor de mierda, más mierda y mierda.  Es decir, vos no tenés cerebro, sino que al contrario, aunque parezca absurdo, posees dentro de tu cráneo una poza séptica.
-          Soldado: No comparto con usted señor, con todo respeto, palabra alguna.
-          General: ¿Me crees mentiroso?
-          General: Te he mostrado la verdad de la realidad y tu me pagas con improperios, pedazo de animal del monte.
-          Soldado: Entonces demuéstremelo Señor…
-          General: Perfecto Soldado malparido por no creerme: 100 vueltas al batallón, mientras las da, quiero que grite por cada tres pasos, NO TENGO ALMA SE LA VENDÍ A LA PATRÍA…
-          General: PERO YA, MALPARIDO, QUE ESPERAS UN ABRAZO DE DESPEDIDAD.
-          Soldado: COMO MANDE SEÑOR GENERAL, COMANDANTE EN JEFE.


JULIA ESCOBAR VILLEGAS

Rutina
Métro, boulot, dodo.
Pierre Béarn

Y las noches no pueden ser
lo suficientemente largas
para el voluptuoso oficio de la escritura.
Franz Kafka

Procura madrugar el doble. No siempre lo logra: el sueño la retiene en cama, protestando, imponiéndose. Cuando lo vence, prepara café y se sienta en su escritorio, vasto y único mundo propio.

Bajo la lámpara amarilla, escribe en papel, con tintas de colores, y lucha con las palabras. Ni los mendigos velan a esa hora sin luz ni voces. Entonces delinea personajes, y la lámpara se convierte en sol, en luna, en farol de esquina.

En sobresalto, afligida, abandona su territorio y se siente exiliada.

Bañarse, vestirse, atravesar las calles torpemente, infringiendo, cuando hay ocasión, las reglas de los semáforos peatonales; sumergirse entre la multitud de empleados que miran con angustia el reloj, balancearse en el bus y en el metro. Es como ellos, es uno más.

En la oficina, se compite con la prisa de los carros en la avenida, sangre que circula por las venas de la ciudad. Todos tienen un nudo en la espalda, un látigo implacable.

A mediodía, escapando del teléfono y de los correos electrónicos como de un incendio, aprovecha cada minuto de la hora de almuerzo.

Calmada el hambre, permanece en el balcón un rato más.

Mira el valle de la ciudad, bordeado por montañas-murallas de perfil de copa rota. Ve a lo lejos el metro, serpiente veloz. Observa desde lo alto edificios y casas pequeños como de maqueta de mediocre estudiante de arquitectura. Siente pena por los transeúntes conectados a su celular.

Todos envenenados de afán: tren, automóviles, individuos, ella.

Anota impresiones en su pequeña libreta, ideas para desarrollar después. La procrastinación la atormenta; el fuego que la persigue, la alcanza. Cierra, adolorida, la página, y vuelve al trabajo.

A veces, durante la tarde, va al baño y muerde el borde de su camisa, impotente. Se mira los ojos fatigados, traga lágrimas. Se pregunta en silencio hasta cuándo.

Al terminar, por fin, la jornada, se introduce en la hora pico con valentía. Aplastada por otros cuerpos y rostros cansados en el vagón, se concentra en respirar, evitar el sudor colectivo, contar las estaciones, salir.

Llega a casa como al paraíso. Desabrochada la blusa, arrojados los tacones, acaricia los estantes de la biblioteca, pero todavía no es tiempo.

Cocina el almuerzo, la cena, el desayuno. Lava ropa, plancha el uniforme. Saca la basura. La música la acompaña. Los domingos limpiará.

Al fin, se sienta en su trono, digna.

Las noches son suyas, pero los ojos, primero dolorosamente abiertos, se van cerrando, como en las clases de mediodía. Cae su cabeza encima del libro, de los papeles. Cae su torso como flor cortada.

Día tras día levanta la piedra, la sube a la cima, la deja caer…

Triste destino el de escalar todos los días la misma colina, si se quiere atravesar la cordillera y perderse en el horizonte.



INVENTARIO

Una tarde calurosa de vacaciones. Un hombrecito dormido bajo el peso de temores de ceniza. Míos, todos míos. Los he quemado con la falda del colegio. Queda la esquina en donde la marihuana roba mi aroma, en donde no hay nada más que gente pintada de negro. Hay recuerdos, pero empapados. Mojados como mi piel después de bañarse con los gritos de medianoche. Una sonrisa, envuelta en una receta para cocinar. Un café frío, que sigue impasible ante las horas muertas. El blues que baja de la cabeza a los pies en forma de polvo. Apenas un cosquilleo. El papel, la tinta y los labios buscando en cada rincón algo que explote y vuele. La crema, que es lo único que pinta paredes desnudas. La angustia, el cansancio. Y tantos tipos de letras. Y tan pocos colores. Y mi idea feliz de que todo es un instrumento musical. El muro de los lamentos, en donde por un segundo pasan estrellas fugaces de fines de semana. Licores que dejan su urgencia en la sangre. Humo mezclado con el piano triste que alguien toca a  mitad de la tarde. Los tecleos y las galaxias que giran y suenan en los CDs. El cohete que me lleva simplemente a ningún lugar. Quiero volcar todo eso en la caverna de besos convertidos en polvo. En mi caverna. Insisto en el blues. Apenas un cosquilleo. Y asiento.