miércoles, 12 de octubre de 2011

José Lezama Lima (Cuba)

              


RUEDA EL CIELO

Rueda el cielo—que no concuerde
su intento y el grácil tiempo—
a recorrer la posesión del clavel
sobre la nuca más fría
de ese alto imperio de siglos.
Rueda el cielo—el aliento le corona
de agua mansa en palacios
silenciosos sobre el río—
a decir su imagen clara.
Su imagen clara.
Va el cielo a presumir —
los mastines desvelados contra el viento—
de un aroma aconsejado.
Rueda el cielo
sobre ese aroma agolpado
en las ventanas,
como una oscura potencia
desviada a nuevas tierras.
Rueda el cielo
sobre la extraña flor de este cielo,
de esta flor,
única cárcel:
corona sin ruido.


AH, QUE TÚ ESCAPES

Ah, que tú escapes en el instante
en el que ya habías alcanzado tu definición mejor.
Ah, mi amiga, que tú no quieras creer
las preguntas de esa estrella recién cortada,
que va mojando sus puntas en otra estrella enemiga.
Ah, si pudiera ser cierto que a la hora del baño,
cuando en una misma agua discursiva
se bañan el inmóvil paisaje y los animales más finos:
antílopes, serpientes de pasos breves, de pasos evaporados
parecen entre sueños, sin ansias levantar
los más extensos cabellos y el agua más recordada.
Ah, mi amiga, si en el puro mármol de los adioses
hubieras dejado la estatua que nos podía acompañar,
pues el viento, el viento gracioso,
se extiende como un gato para dejarse definir.


SON DIURNO

Ahora que ya tu calidad es ardiente y dura,
como el órgano que se rodea de un fuego
húmedo y redondo hasta el amanecer
y hasta un ancho volumen de fuego
respetado. Ahora que tu voz no es la importuna caricia
que presume o desordena la fijeza de un estío
reclinado en la hoja breve y difícil
o en un sueño que la memoria feliz
combaba exactamente en sus recuerdos,
en sus últimas, playas desoídas.
¿Dónde está lo que tu mano prevenía
y tu respiración aconsejaba?
Huida en sus desdenes calcinados
son ya otra concha,
otra palabra de difícil sombra.
Una oscuridad suave pervierte
aquella luna prolongada en sesgo
de la gaviota y de la línea errante.
Ya en tus oídos y en sus golpes duros
golpea de nuevo una larga playa
que va a sus recuerdos y a la feliz
cita de Apolo y la memoria mustia.
Una memoria que enconaba el fuego
y respetaba el festón de las hojas al nombrarlas
el discurso del fuego acariciado.


UNA OSCURA PRADERA ME CONVIDA

Una oscura pradera me convida,
sus manteles estables y ceñidos,
giran en mí, en mi balcón se aduermen.
Dominan su extensión, su indefinida
cúpula de alabastro se recrea.
Sobre las aguas del espejo,
breve la voz en mitad de cien caminos,
mi memoria prepara su sorpresa:
gamo en el cielo, rocío, llamarada.
Sin sentir que me llaman
penetro en la pradera despacioso,
ufano en nuevo laberinto derretido.
Allí se ven, ilustres restos,
cien cabezas, cornetas, mil funciones
abren su cielo, su girasol callando.
Extraña la sorpresa en este cielo,
donde sin querer vuelven pisadas
y suenan las voces en su centro henchido.
Una oscura pradera va pasando.
Entre los dos, viento o fino papel,
el viento, herido viento de esta muerte
mágica, una y despedida.
Un pájaro y otro ya no tiemblan


Hervías la leche
y seguías las aromosas costumbres del café.
Recorrías la casa
con una medida sin desperdicios.
Cada minucia un sacramento,
como una ofrenda al peso de la noche.
Todas tus horas están justificadas
al pasar del comedor a la sala,
donde están los retratos
que gustan de tus comentarios.
Fijas la ley de todos los días
y el ave dominical se entreabre
con los colores del fuego
y las espumas del puchero.
Cuando se rompe un vaso,
es tu risa la que tintinea.
El centro de la casa
vuela como el punto en la línea.
En tus pesadillas
llueve interminablemente
sobre la colección de matas
enanas y el flamboyán subterráneo.
Si te atolondraras,
el firmamento roto
en lanzas de mármol,
se echaría sobre nosotros.


I

El sueño que se apresura
no es el mismo que revierte.
La muerte cuando es la muerte,
Pierde la boca madura.

La esencia que no se advierte
suele ser la más impura.
El amarillo en la muerte,
seda es contra natura.

Ser en el ser desafía
a la unidad mensajera
que de sí mismo se fía

y sólo un rumor desaltera.
Cuando el fruto está vecino
la mano yerra sin tino.

II

Disperso, suave y atado,
haciendo un fugaz saludo
al ángulo del desnudo
techo, frío y aprisionado.

Al saludar lo pensado,
colmo sutil del menudo
río que fue elaborado
por un tritón barbudo.

Olvido de la corriente,
esencia del sacrificio
y candelas de la orilla.

Cuerpo que se mancilla
ya con el nuevo artificio:
ausente, no estás ausente.

III

Sigo una voz, desconcierta;
si una huella, me revela
que la mansión más incierta
no es la que de noche vela.

Banal idea no recela
de la nube, la incierta,
fácil onda no se hiela
porque busque boca yerta.

Paradoja sonreída:
la pasión hecha jauría
quiere ser siempre vencida.

La serpiente es mano alzada.
Corona del desvarío,
Mano en la mano ocultada.

IV

Entre la flecha y el punto
el insecto bordonea.
El arco del cejijunto
crea paréntesis, crea.

La lluvia, que no es conjunto,
arco y violín puntea.
Cuando la escala está en punto
el reloj suave gotea.

Siento que no me siento;
borro, y hostiga la nada.
Frente a la muralla el ojo
traza la ciudad cansada.

Rasgada flecha o rastrojo
suman un solo lamento.

V

Caída la hoja miro,
ya que tu olvido decrece
la calidad del suspiro
que firme en la voz se mece.

La sombra de tu retiro
no a la noche pertenece,
si insisto y la sombra admiro
tu ausencia no viene y acrece.

La sustancia del vacío
sólo halla su concierto
elaborando el desvelo

que presagia el cuerpo yerto.
Diosa perdida en el cielo,
yo con el cuerpo porfío.

VI

Si ya el que el ayer adivina
lo que sin signo previene,
el aire no desafina,
leve crepúsculo viene.

Las chispas que arremolina
el aire que lento adviene,
detrás de la oreja afina,
sierpe el oído deviene.

Perdida en mar de tintero
la sirenita, si yace
aprisiona sólo huellas.

Tirando del instantero
dormida abeja ya pace
el árbol de las estrellas.

VII

Si interrumpe la amargura
el jardín desarreglado,
la pausa es la hoja
impura entre el soplo y el nevado.

Ya la curva del granado
no aprisiona propia hondura;
la ceja del alterado,
metamorfosis impura.

Los cambios del remolino
en el ojo no es el celo
del gamo que está de fuga.

Que si depura, el desvelo
el último punto enjuga
madriguera del mohíno.

VIII

Cuerpo desnudo en la barca.
Pez duerme junto al desnudo
que huido del cuerpo vierte
un nuevo punto plateado.

Entre el boscaje y el punto
estática barca exhala.
tiembla en mi cuello la brisa
y en el ave se evaporaba.

El imán entre las hojas
teje una doble corona.
Sólo una rama caída.

Ilesa la barca escoge
el árbol que rememora
sueño de sierpe a la sombra.

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