jueves, 22 de septiembre de 2016

PAUL CELAN - CONVERSACIÓN EN LA MONTAÑA

CONVERSACIÓN EN LA MONTAÑA1


Una tarde el sol, y no sólo el sol, había declinado, ahí se fue, salió de su casita y se fue el judío, el judío e hijo de judío, y con él iba su nombre, el impronunciable, se fue y vino, vino a trote lento, se hizo oír, vino con bastón, por sobre la piedra, me oyes, me oyes, soy yo, yo y él, el que tú oyes, que crees oír, yo y el otro: él iba entonces, podía oírse, iba una tarde, pues ciertas cosas habían declinado, iba bajo las nubes, iba por la sombra, la propia y la ajena –pues el judío, tú sabes, qué tiene él que le pertenezca realmente, que no sea prestado, tomado prestado y no devuelto-, se fue y vino, vino desde allá por la ruta, la hermosa, la incomparable, iba, como Lenz, por la montaña, él, al que habían dejado vivir abajo, en donde pertenece, en las hondonadas, él, el judío, venía y venía.
Vino, desde allá por la ruta, la hermosa.
¿Y quién, crees tú, vino a su encuentro? A su encuentro vino su primo, su primo e hijo de hermano, el que le lleva un cuarto de vida de judío, vino grande desde allá, vino, también él por la sombra, la prestada –pues cuál, yo pregunto y pregunto, ¿cuál es ése que Dios ha hecho judío y puede venir con algo propio?- vino grande, vino al encuentro del otro, Gross vino hacia K1ein, y Klein, el judío, hizo callar su bastón ante el bastón del judío Gross.
Entonces calló también la piedra, y todo era silencio en la montaña, allí por donde iban, éste y aquél.
Había silencio entonces, silencio allí arriba, en la montaña. Pero no por mucho tiempo, pues cuando el judío viene de allá y se encuentra con otro, de pronto ya nada más calla, ni si quiera en la montaña. Pues el judío y la naturaleza son dos cosas distintas, siguen siéndolo, aún hoy, aún aquí.
Helos allí pues, los hijos de hermanos, a la izquierda florece el martagón, florece silvestre, florece como en ninguna parte, y a la derecha, la radicheta, y Dianthus superbus, el clavel espléndido, no lejos de allí. Pero ellos, los hijos de hermanos, ellos, válgame Dios, no tienen ojos. Mejor dicho, ellos, también ellos, tienen ojos, pero les cuelga un velo delante, no delante, no, detrás, un velo móvil; apenas aparece una imagen, queda pendiendo del tejido, ya aparece un hilo, que se hila, se hila entorno de la imagen, un hilo de velo; se hila en torno de la imagen y engendra un niño con él, mitad imagen mitad velo.
¡Pobre martagón, pobre radicheta! Helos allí, los hijos de hermanos, en una ruta están, en la montaña, calla el bastón, calla la piedra, y el callar no es callar, ninguna palabra ha enmudecido y ninguna frase; es apenas una pausa, un hiato, un lugar vacío, tú ves todas las sílabas alrededor; son lengua y boca, esos dos, como antes, y en los ojos les cuelga el velo, y vosotros, pobres vosotros, no estáis ni florecéis, ya no quedan vosotros y julio no es julio.
¡Habladores! Aún ahora, que la lengua les golpea tontamente contra los dientes y que los labios no se curvan, ¡tienen algo que decirse! Bien, déjalos que hablen...
"Has venido de lejos, has venido hasta aquí..."
"He venido. He venido como tú"
"Lo sé"
"Tú sabes. Tú sabes y ves: la tierra se ha plegado aquí arriba, se ha plegado una vez, dos veces y tres veces; y se ha abierto en la mitad, y en la mitad hay un agua, y el agua es verde, y el verde es blanco, y el blanco viene de más arriba aún, viene de los glaciares; podría decirse, aunque no se debe, que eso es la lengua que vale aquí el verde con el blanco dentro, una lengua, no para ti y no para mí -pues, me pregunto, para quién ha sido pensada, la tierra, no para ti, digo, no ha sido pensada para ti, y no para mí- una lengua, y bien, sin Yo y sin Tú, puros El, puros El, comprendes, puros Ellos, y nada más que eso".
"Lo sé"
"Lo sabes y quieres preguntarme: y has venido, sin embargo, sin embargo, has venido hasta aquí; ¿por qué y para qué?"
"Por qué y para qué... Porque he debido hablar, quizás, a mí o a ti, debido hablar con la boca y con la lengua y no sólo con el bastón. Pues a quién le habla él, ¿el bastón? Él le habla a la piedra, y la piedra, ¿a quién le habla?"
"A quién, hijo de hermano, yo sé... Oyes, dice, acá estoy, estoy aquí, he venido. Venido con el bastón, yo y no otro, y no él, yo con mi hora, la inmerecida, yo que he sido herido, yo que no he sido herido, yo con mi memoria, yo, el débil de memoria, yo, yo, yo..."
"Dice él, dice él... Oyes tú, dice él...Y Tú oyes, por cierto, Tú oyes no dice nada, no responde nada, pues Tú oyes es el que está con los glaciares, él que se ha plegado, tres veces y no para los hombres... El verde-y-blanco allí, el del martagón y la radicheta... Pero yo, hijo de hermano, yo, que acá estoy, sobre este camino, al que no pertenezco, hoy, ahora que ha declinado, él y su luz, yo aquí con la sombra, la propia y la ajena, yo; yo que puedo decirte:
He yacido en la piedra, en aquel entonces, tú sabes, en las baldosas de piedra; y junto a mi yacían ellos, los otros, que eran como yo, los otros, que eran distintos y exactamente como yo, los hijos de hermanos; y allí yacían y dormían, dormían y no dormían, y soñaban y no soñaban y ellos no me amaban y yo no los amaba, pues yo era uno, y quién quiere amar a Uno, y ellos eran muchos, muchos más que los que yacían alrededor de mí, y quién pretende poder amar a todos, y, yo no te lo niego, yo no los amaba, a ellos, los que no podían amarme, yo amé la vela que allí ardía, en el rincón a la izquierda, la amaba porque ardía en derredor, no porque ella ardiera en derredor, pues ella era su vela, la vela que él, el padre de nuestras madres, había encendido, pues aquella tarde empezaba el día, un día, exacto, un día que era el séptimo, el séptimo al que debiera seguir el primero, el séptimo y no el último, yo amaba, no a ella, yo amaba su extinguirse, y sabes, no he amado nada más desde entonces; nada, no; o quizás lo que se extinguió como aquella vela en aquel día, el séptimo y no él último; no el último, no, pues aquí estoy, en este camino del que dicen que es hermoso, pues aquí estoy; junto al martagón y junto a la radicheta, y cien pasos más allá, ahí enfrente, hacia donde puedo ir, ahí trepa el alerce hacia el cembro y yo lo veo y no lo veo, y mi bastón, él ha hablado, ha hablado a la piedra, y mi bastón calla y hace silencio ahora, y la piedra, dices, puede hablar y en mi ojo cuelga el velo, el móvil, cuelgan los velos, los móviles, tú has levantado uno y ya cuelga el segundo, y la estrella -pues ya está ahora sobre la montaña- si quiere entrar deberá celebrar nupcias y ya no será lo que era sino mitad velo y mitad estrella, y yo sé, yo sé, hijo de hermano, yo sé, yo te he encontrado aquí, y hemos conversado, mucho, y los pliegues de allá, tú sabes, no es para los hombres que están ahí, y no para nosotros, que íbamos y nos encontramos, nosotros, aquí bajo la estrella, nosotros, los judíos, que veníamos como Lenz, por la montaña, tú Gross y yo Klein, tú el hablador, y yo, el hablador, nosotros con los bastones, nosotros con nuestros nombres, los impronunciables, nosotros con nuestra sombra, la propia y la ajena, tú aquí y yo aquí: -yo aquí, yo; yo, que puedo decírtelo todo, que podría habértelo dicho; que no te lo dice y no te lo ha dicho; yo con el martagón, yo con la radicheta, yo con la extinta; la vela, yo con el día, yo con los días, yo aquí y allá, yo, quizás acompañado ¡ahora!- del amor de los no amados, yo en camino hacia mí, arriba".

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Agosto, 1959.
Traducción: Susana Romano-Sued.
1 PauICelan, Gesammelte Werke. Dritter Band. GedíchteIII. Prosa.Reden. Hrsg. Beda Alemann/Stefan Reichert Surkhamp. 1986, Frankfurt am Main. (pp. ·169...173).

jueves, 11 de agosto de 2016

DIÁLOGO ESTÁTICO A CUATRO VOCES PRONOMINALES I Y II - JUAN D. GÓMEZ



Les presentamos un relato, auténtico, de nuestro director; esperamos sea de su agrado o desagrado.






DIÁLOGO ESTÁTICO A CUATRO VOCES (I)

Ella un día cualquiera salió a caminar. Dejó su carro guardado en su parqueadero porque quería contemplar el mundo de otra forma. Salió de casa un poco antes de lo habitual, es decir, como aquel hábito de la puntualidad se lo había exigido durante tanto tiempo.


Él un día cualquiera salió a caminar. Dio descanso a su conductor y salió a contemplar el mundo de la manera real. Salió de su casa a la misma hora, como si fuera en el auto, pues no le importaba ser cumplido. Era quien mandaba. Podía tomarse ese tipo de licencias.


La Otra un día cualquiera salió a caminar. Era su costumbre hacerlo diariamente para ir al lugar donde trabajaba. Quedaba a unas pocas cuadras de su casa aquel lugar que no importa saber el nombre. Salió a la misma hora, pues ya era lo habitual que fuera de esa manera. Era una empleada, pero no le importaba, siempre respondía y cumplía con sus obligaciones, como buena persona sicorrígida que era.


El Otro un día cualquiera salió a caminar. No le gustaba hacerlo. Pero ese día tuvo que salir caminando por sus propios medios, pues su motocicleta estaba averiada y el afán podía más que cualquier otra cosa, pero aún así no le importaba si llegaba tarde a su lugar de trabajo. Eso lo hacía por ocio más que por necesidad.


El reloj marcaba las siete de la mañana de un miércoles dos de enero del año dos mil ocho. Los cuatro caminaban, en el parque, quizá no era el mismo, pero la hora sí, el tiempo era estático e igual para todos cuatro. Era una mañana fría, después de muchos días festivos, donde confluía la resaca con la pereza de comenzar de nuevo y ver cómo el tiempo y el mundo se hacía miseria en sus narices. No nevaba, pues no pasó en Europa lo que va a pasar. Ni tampoco hacía sol porque no era en el cono sur donde pasaba lo que pasaría cuando pasara. Era una mañana de clima tropical. El parque estaba lleno de grandes árboles; muchos de ellos rodeaban su entorno con su florecimiento amarillo o rosado; era algo maravilloso a esa hora de la mañana. El azar empezó a jugar.


-Ella: ¡Buenos días! Parece como si el mundo se hubiera detenido y convertido en un eterno lamento. ¡Maldita la hora en que se me ocurrió salir sin el carro! dijo.


-Él (que casualmente pasaba cuando Ella emitía esas palabras): ¡Muy buenos días! Es una linda mañana para contemplar las primeras horas del día. Di vía libre a mi conductor y me dieron ganas de caminar y contemplar la plenitud del mundo hecho realidad. No veo por qué usted, señora, está tan enojada. Dijo.


-La otra (que pasaba por allí todos los días, escuchó lo que Ella y Él habían dicho): ¡Buenos días! Ustedes se asombran por algo que para mí es tan normal. Ese árbol florece dos veces al año de esa manera; durante cierta temporada está sin hojas y solo es el tronco el que se manifiesta; pareciera que estuviera evocando la tristeza de antaño. Esta acera la he visto deteriorarse durante muchos años y nunca hacen algo para repararla. Incluso camino siempre por las mismas baldosas, sin pisar la línea, pues sería como estar a punto de cruzar el abismo. ¡Y ustedes ven esto tan asombroso! ¡Qué ridiculez! Dijo.


-El Otro (estaba sentado en la banca, amplia, por demás, donde pasó todo lo que se dijo antes): no se quejen, siéntense, hablemos, y dejen de pensar en esto o aquello; les invito a que tengamos una charla amena, corta, pero sustanciosa. Sí, no se hagan los tontos, ustedes. Usted, Usted, Usted y Yo, por supuesto, que para cada uno de ustedes soy otro Usted.


-Ella: Él, me gustaría responderle que no es que me sienta enojada, es que los días no son tan  maravillosos como éste, aunque igual parece que la estaticidad fuera lo único que dominara el mundo, pero es tan solo una apariencia, nada más que eso. Y, para darle respuesta a El Otro, me parece bien, la verdad estoy tan asombrada que me gustaría quedarme contemplando un poco más este paisaje, pues creo que cada pintura o cuadro es algo diferente cada día. Todos los amaneceres son diferentes. Sentenció.


-Él: es una buena idea. Podemos quedarnos contemplando el mundo tomando un café, pero tiene que ser en esta banca, en ninguna otra sería como en esta, pues hasta las bancas pueden traer consigo una mística que no todas compartirían. Pediré café para todos. Dijo.


-La Otra: la idea de quedarnos me parece buena; a ver si por fin vuelvo a darme cuenta de que el mundo tiene cosas extraordinarias para compartir con completos extraños como Ustedes, y yo, claro está.


-El Otro: está bien, veo que comparten mi idea de quedarnos contemplando el mundo un rato, pero será el mundo este parque y nosotros seremos sus únicos habitantes por un lapso de tiempo considerable.


Se aproximaban las siete y media de la mañana de ese día y en ese parque en donde todos confluyeron sin pensarlo con unos completos extraños que querían aislarse del mundo y reducirlo a tan solo una banca y los árboles que alrededor de ella había. Hubo silencio durante varios minutos, hasta que una voz se alzó:


-Él: iré ya por el café.


-La Otra: se está demorando mucho para ir; o si quiere traiga vino, es menos cotidiano que el café.


-Ella: sí, vaya pronto, traiga cualquier cosa, preferiblemente el vino y unos cigarrillos.


-El Otro: veo que están bastante animados, de igual modo los acompañaré, amables son todos Ustedes.


Un silencio sepulcral invadió aquel lugar que estaba en el espacio abierto.


-La Otra: por fin has llegado (refiriéndose a Él). ¿Sí has traído el vino?


-Él: claro que sí; además de ello también traje café, para quien quiera tomarlo.


-La Otra: me parecer perfecto, dame un trago de vino


-Ella: denme un trago a mí también. Muero de sed a pesar de ser aún tan de mañana.


-El Otro: está bien, ahora sí empecemos a hablar de alguna cosa; hagamos como si fuéramos amigos de toda la vida y quisiéramos dar nuestro parecer sobre el mundo sin importar reproches ni nada parecido. Antes de ello denme un trago y un cigarrillo; nunca es mal momento para los placeres mundanos.


-Ella: hoy salí de mi casa pensando que iba a ser un día tan normal y aburrido como todos los demás. Por esa razón dejé mi auto, para ver si presenciaba alguna cosa diferente en mi trayecto al trabajo, y creo que estuve en lo cierto. La gente solo vive lamentándose, incluso hasta yo. A veces me siento a mirar por la ventana de mi cuarto y me doy cuenta de que la vida se me pasa por encima y yo no hago nada para aprovecharla, ni siquiera contemplar algo tan insignificante, en apariencia, como aquel árbol amarillo que está en frente de nosotros. No sirve de nada tener algo estable; volverse esclavo del reloj; pensar solo en cumplir responsabilidades, y ¿dónde queda el ocio, la contemplación de sí y del mundo, las sonrisas honestas o las lágrimas libres y puras que humectarían nuestro rostro? Todo eso toca tragárselo, como si fuera un trago de vodka barata: baja rompiendo y pelando la garganta formando un taco que no explota ni encendiendo un cigarrillo en medio de un contenedor de gasolina.


-Él: es cierto.


-La Otra: es cierto, dijo.


-El otro: es verdad, pero aquello puede sopesarse con la ficción: hacer que el mundo parezca lo que cada uno quiere; mostrar esa cara ingenua (que no es más que la apariencia) ante el resto del mundo. Tragárselo a pedacitos. Pensar que cada vez que nos estamos lamentando es porque hemos hecho de cada día de nuestra vida un suplicio más que una contemplación del mundo. Dejar a un lado prejuicios y hacer de todo un juego, una libertad absoluta, un espacio en el que el azar sea el único dominante: el que lo rige todo; moverse de acá para allá, sea con alegría o con llanto, pero ante todo que sea porque queremos, y no por cuestiones externas a los demás, es decir, y para que no suene a sermón de libro de autoayuda, pensar que cada mundo es diferente y cada quien actúa conforme quiere, obviamente teniendo en cuenta a los demás, pero para este caso los Demás serán como  puntos pintados en un muro gigante en donde cada uno pasa desapercibido y padeciendo cosas diferentes a las del resto. Ser egoísta si es necesario.


-Ella: puedes tener algo de razón.


-La Otra: sí, lo comparto, pero quizá exageres un poco.


-Él: tienes razón, pero puede ser que no todos sean iguales. Que incluso la percepción del florecer de un árbol amarillo no sea igual de atractivo para otros, pero la diferencia tiene que estar, y marcarla o hacerla notar cada vez que se pueda. Pues acá yo soy más que Ustedes, pues tengo tanto dinero que ni se alcanzan a imaginar y una empresa bastante productiva. Por esa razón hay diferencia. Mi mundo es hermético, pero al mismo tiempo frágil; es frívolo, pero también en mi interior es cálido como el placer que produce ver el contorno y las líneas de una montaña en el horizonte. Pero aún así, soy diferente, obviamente sin tener en cuenta que desde tiempo inmemorial la diferencia ha sido demasiado importante, pero yo la radicalizo en aspectos singulares. Ustedes no son como Yo, y viceversa.


-El Otro: sí, tiene usted razón, pero sigue siendo demasiado materialista y simplista para el mundo.


-Ella: es usted alguien casi sin escrúpulos. Ha sabido manejar muy bien la máscara de la vida.


-La Otra: ustedes hablan y me parece escuchar gente que no habita este mundo. Es lo cotidiano, lo normal lo que vuelve estática la vida. El hermetismo impide ver que cada minuto que pasa es la diferencia entre la vida y la muerte. Todos estamos acá, unos adoran el dinero, otros su ridícula vida amorosa, otros la monotonía y la austeridad; también están los que sienten el mundo y piensan que un árbol es el esplendor máximo de la naturaleza; están los que hacen del resto de los animales una comunión íntima con el ser humano, como si éstos fueran uno más. No, la cosa no es tan maravillosa. Tampoco estoy diciendo que el camino sea la lamentación y el llanto; pero tampoco estoy a favor de ver el mundo como el esplendor máximo de la divinidad y que todo lo que existe en éste sea por lo que tengamos que vivir sonrientes o felices todo el tiempo. Me parece más sorprendente ver una línea bien trazada en el lugar más inoportuno; sentir la punta de una hoja en la yema de mis dedos; mirar al sol y ver que es tan imperfecto que necesita esconderse varias horas y todos los días, cada mes, durante todos los años, por los siglos de los siglos; o ver cómo cada cigarrillo o cada trago de licor que me tomo vuelve mis sentidos otra cosa, pues se hace insoportable tanta monotonía. En fin, hasta la misma embriaguez de los sentidos es aburrida cuando se vuelve monótona. Es mejor estar viviendo y esperar nada, para que así la decepción o la ansiedad no sean el motor de nuestras vidas y nos conviertan en unas máquinas parlantes que repiten lo mismo todo el tiempo y luego nos miramos en el espejo y nos damos cuenta de que somos uno más del montón.


Pasaron varios minutos. Eran ya casi las nueve de la mañana de ese día dos de enero del año dos mil ocho, pues entre cada respuesta había un intervalo de tiempo prudente como para decir que hubo silencio.


-Ella: creo que son posiciones muy diferentes, algunas convergentes, pero están bien hechas y se ve que son desde lo más profundo. ¡Qué buen vino!


-Él: sí, han sido unos minutos bastante amenos, y yo diverjo más de lo que converjo con ustedes.


-La Otra: siento que Ustedes son unos completos extraños y lo que hemos hablado lo ha reafirmado sobremanera. Resulta que no por tratar de estar en armonía con el mundo y quienes lo habitan, la cosa va a funcionar.


-El Otro: a mí me parece que la ficción lo puede todo; si nos sumergimos en ella el mundo puede tornarse de múltiples colores, de varias cosas que ninguno de nosotros será capaz de comprobar alguna vez en esta existencia. Por esa razón yo prefiero nadar en el mar de la ficción y vivir en la aparente armonía que el mundo permite crear.


-Ella: eso es todo por esta vez, tengo que seguir mi rumbo. Seguiré lamentándome y maravillándome con el mundo, pues salir sin auto me permite eso.


-Él: sí, ha sido un gusto estar con ustedes. Seguiré contemplando y buscando diferencia hasta en cada uno de mis pasos.


-La Otra: la pasé bien, mas no digo que son personas maravillosas; creo que hoy fue una pura conspiración del azar en nuestra contra.


-El Otro: creo que Él me echará de mi trabajo, pero la verdad no me importa. Por eso se lo digo de una vez. Fue una charla demasiado amena; lástima que tendrá que terminar de la manera más inesperada. Pues aún no terminará y cada uno de Ustedes subirá a ese auto que llega justo en este momento. Así que tantas cosas maravillosas que han dicho no han servido de nada. Pues La Otra es la única que ha atinado a la intención inicial de mi invitación, esto es “una pura conspiración del azar en nuestra contra”...


CONTINUARÁ...




DIÁLOGO ESTÁTICO A CUATRO VOCES PRONOMINALES (II)


-Ella: debería salir corriendo y gritar y sentarme en un rincón a llorar y lamentarme, pero no lo haré, o quizá sí, solo me queda esperar. Ese carro que viene por nosotros es demasiado extraño como para hacer cualquier esfuerzo para evitar montarse en él; las cosas extrañas pueden resultar más interesantes que las mal llamadas “interesantes”.
-La Otra: no me parece para nada sorprendente el hecho de montarnos en ese carro, pero lo haré; de todas formas mi vida trasciende en lo cotidiano y monótono, así que esto quizá le dé un toque de extrañeza a tanta mala costumbre.
-Él: me da igual. Subámonos lo antes posible antes de que el inclemente sol empiece a hacer de las suyas con nuestras pieles.
-El Otro: quiera o no quieran montarse tendrán que hacerlo, no les queda otra salida. Para sorpresa de ustedes no tengo ni idea de cuál será nuestro rumbo en este siniestro.
Ya había pasado un tiempo prudente como para estar próximo el medio día de esa fecha sin relevancia. El carro se detuvo justo en frente de ellos, con lo cual el esfuerzo que tuvieron que hacer para subirse a éste fue mínimo, se subieron, y allí comenzó el padecimiento de estos cuatro personajes.
-La Otra: ¡qué frío hace!
-Ella: sí, es bastante fría la mañana en este auto lujoso. El sol no asegura calor.
-La Otra: el sol no asegura cosa alguna.
-Ella: es cierto, quizá sea más cálido el mito del infierno.
-La Otra: tal vez así lo sea.
-Ella: la noche de ayer pensé que hoy sería un día extraño.
-Él: de nada sirve pensarlo, ahora, justo ahora, puede afirmarse esa situación.
-Ella: solo lo pensé, eso no implicaba que fuera a suceder o que estuviera adivinando ni afirmando el destino; esto es pura cuestión de azar.
-Él: es demasiado azaroso, el destino tiene más forma que el azar, por ello es más pavoroso.
-La Otra: siento que vamos camino a la muerte o al abismo, que resulta ser casi lo mismo.
-Ella: hacia allá vamos; sea hoy o mañana, en un mes o en muchos años, es lo único fijo, la diferencia está en el camino.
-El Otro: todos los caminos son diferentes, así recorramos el que, en apariencia, es el mismo.
Hubo una pausa repentina.
-La Otra: cuando pienso en que el vino se ha terminado me entran unas ganas inmensas de llorar.
-Ella: ¿por esas banalidades le dan ganas de llorar?
-La Otra: esas pequeñas cosas son por la que vale la pena llorar. Para qué hacerlo por el sufrimiento, la soledad, el olvido o la muerte. Esas cosas son demasiado monótonas y habituales, ya no sorprenden, porque ese camino diferente marca en sí una igualdad: lo que produce lamentación es siempre lo mismo, lo normal, lo convencional.
-Ella: a veces me han dado ganas de pensar que esas hojas color marrón que había en el parque adornarían sobremanera la fría lata de este carro. Sería un camino menos tortuoso, pero no quiero llorar, no me gusta hacerlo.
-Él: no lloren, no lo hagan, me fastidia mucho el llanto.
-Ella: usted parece tan insensible y, por lo que veo, así lo es.
-Él: no lo soy, deje el drama.
-Ella: esa respuesta afirma lo que he dicho antes.
-Él: nada afirma cosa alguna, todo pasa, simplemente pasa.
-Ella: eso lo reafirma aún más.
-Él: eso me parece estar escuchando, en otras palabras, la verdad.
-Ella: cualquier cosa puede ser verdad; no hay una única verdad, hay muchas y variadas verdades.
-La Otra: con esas cosas que están diciendo estoy a punto de caer en el llanto.
-Él: llore si es lo que quiere, o no lo haga si siente que es mejor así; preferiría que fuera la segunda opción la que usted escogiese.
-El Otro: debería dejar de hablar tanto. El silencio es necesario.
-Ella: así debería ser siempre, pero escuchar los sonidos del mundo es tan agobiante y fúnebre.
-La Otra: es tormentosa la noche. Los gatos haciendo ruido en los techos, los perros haciendo ruido en el aire, la gente respirando y gimiendo todas las noches, esa es una verdadera tortura: da cuenta de la vida en el exterior.
-Ella: así es.
-Él: de acuerdo con usted.
-El Otro: concuerdo con lo que dicen, pero creo que cada vez nos aproximamos más al lugar al que este camino conduce.
-Él: deberíamos callar unos minutos y tratar de dormir o por lo menos cerrar los ojos.
Un momento de calma invadió el auto. Ellos dormían (o cerraban simplemente los ojos). Llegaron al lugar al que iban, pero del cual ellos no tenían la más mínima idea.
-Ella: ¿qué lugar es este?
-La Otra: por lo menos es tranquilo, y hace menos frío que en el auto.
-El Otro: este lugar me recuerda un lugar que leí, pero era más bonito en la expresividad de las letras.
-Él: no importa dónde estemos. Lo relevante sería saber para qué estamos en este lugar.
Irrumpió nuevamente el silencio.
-La Otra: quiero un trago de vino y un cigarrillo, me resulta familiar este lugar, quizá sea el mismo en el que El Otro estuviese pensando.
-El Otro: yo pensaba en un lugar como aquellos que describía Lewis Carroll en sus obras “para niños”.
-La Otra: yo pensaba en eso mismo, pero en mi caso era “para niñas”.
-El Otro: no importa para quién fuera, finalmente solo fueron letras sueltas al son de la tinta y la mano. Lo real.
-Él: ¿qué dice? ¿Lo real?
-El Otro: sí, “lo real”. Aquello que despierta reales emociones, lo que no se ve con los ojos abiertos sino con ellos cerrados en la liberación última de los sentidos. El éxtasis mayor de la plenitud hecho palabra-ausencia-mundo. Un espacio en el cual las palabras describen más lo que el cuerpo no puede, lo que el mundo real no permite, eso es lo real: la realidad real.
-Ella: eso se presta para discusiones muy complejas y divergentes, por eso dejémoslo ahí y pensemos en qué demonios estamos haciendo en este lugar.
-La Otra: esas velas encendidas a plena luz del día. Pero quizá en otro lado es de noche, así que no resulta descabellado encenderla a cualquier hora. Tengo hambre.
-Ella: un trago de vino sería perfecto. No hay ni un reloj que manifiesta el tiempo, pues el espacio ya lo tenemos definido: la duda.
-El Otro: ¿para qué un reloj cuando se está en la incertidumbre?
-La Otra: deberíamos dejar de jugar ya y salir de esta habitación. Esta algarabía de fin de año y comienzo del otro se ha extendido demasiado.
-Ella: sí, ya estamos diciendo más disparates que en la primera entrada.
-Él: sí, esta habitación la necesitan los del grupo de teatro para ensayar y preparar las fiestas de pascua. ¡Qué acelerados son!
Nuevamente reinó el silencio en ese lugar, aparentemente un parque, pero ni Él, ni Ella fueron muy claros, pero tampoco El Otro ni La Otra despejaron claramente lo que era realmente ese parque.
-Ella: esto ha sido lo más próximo a la pesadez que se siente cuando la vida sobrepasa los cuarenta años.
-Él: ni personificando o haciendo la ficción de algo esto realmente pase. Encenderé un cigarrillo más en mi boca de cenizas.
-La Otra: ha resultado más decepcionante de lo que esperaba.

-El Otro: no ha pasado nada. Todo continuará igual. “Ahora es nunca o jamás, o simplemente fue”. Deberíamos recordar que cuando se está en un cuarto como este, viendo un montón de máscaras y disfraces, lo que da ganas de pensar es en la vida cotidiana, en el mundo teatral, cómico y trágico que la vida es allá afuera, en este afuera también se siente estar más adentro, pero nunca estamos resguardados, siempre la deriva, el azar y la intemperie manifiestan la vida real, la vida en sí.

-Él: sí.
-Ella: sí.
-La Otra: sí.
-El Otro: y así será siempre, por los siglos de los siglos.
Posterior a eso todos se levantaron, dejaron de recrear ese mundo casi real en el que se habían sumergido. Salieron a la calle, y sí, todo seguía igual. No pasó ni pasaba nada que irrumpiera en lo cotidiano. Sirvieron más trago ruso (ese era el que realmente estaban tomando) y siguieron cada uno su curso, cualquier curso: la línea del camino diferente. El Otro, gritó: “esta ficción del afuera es demasiado abrumadora”

*El presente relato es autoría del señor Juan David Gómez Trujillo, cualquier inquietud al respecto: juangato16@outlook.com




martes, 5 de julio de 2016

RAÚL GÓMEZ JATTIN - POEMAS

Les dejamos algunos poemas del escritor cartagenero. Los cuales marcaron la época "dorada" de la poesía colombiana.

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EL DIOS QUE ADORA

Son un dios en mi pueblo y mi valle
No porque me adoren Sino porque yo lo hago
Porque me inclino ante quien me regala
unas granadillas o una sonrisa de su heredad
O porque voy donde sus habitantes recios
a mendigar una moneda o una camisa y me la dan
Porque vigilo el cielo con ojos de gavilán
y lo nombro en mis versos Porque soy solo
Porque dormí siete meses en una mecedora
y cinco en las aceras de una ciudad
Porque a la riqueza miro de perfil
mas no con odio Porque amo a quien ama
Porque sé cultivar naranjos y vegetales
aún en la canícula Porque tengo un compadre
a quien le bauticé todos los hijos y el matrimonio
Porque no soy bueno de una manera conocida
Porque no defendí al capital siendo abogado
Porque amo los pájaros y la lluvia y su intemperie
que me lava el alma Porque nací en mayo
Porque sedaron a trompadas al hermano ladrón
Porque mi madre me abandonó cuando
precisamente
más la necesitaba Porque cuando estoy enfermo
voy al hospital de caridad Porque sobre todo
respeto solo al que lo hace conmigo Al que trabaja
cada día un pan amargo y solitario y disputado
como estos versos míos que le robo a la muerte.


CASI OBSCENO

Si quisieras oír lo que me digo en la almohada
el rubor de tu rostro sería la recompensa
Son palabras tan íntimas como mi propia carne
que padece el dolor de tu implacable recuerdo
Te cuento ¿Sí? ¿No te vengarás un día? Me digo:
Besaría esa boca lentamente hasta volverla roja
Y en tu sexo el milagro de una mano que baja
en el momento más inesperado y como por azar
lo toca con ese fervor que inspira lo sagrado
No soy malvado Trato de enamorarte
Intento ser sincero con lo enfermo que estoy
y entrar en el maleficio de tu cuerpo
como un río que teme al mar pero siempre muere en él

UN PROBABLE CONSTANTINO CAVAFIS A LOS 19 

Esta noche asistirá a tres ceremonias peligrosas
El amor entre hombres
Fumar marihuana
Y escribir poemas

Mañana se levantará pasado el mediodía
Tendrá rotos los labios
Rojos los ojos
Y otro papel enemigo

Le dolerán los labios
Y le arderán los ojos como colillas encendidas
Y ese poema tampoco expresará su llanto


DE LO QUE SOY

En este cuerpo
en el cual la vida ya anochece
vivo yo
Vientre blando y cabeza calva
Pocos dientes
Y yo adentro
como un condenado
Estoy adentro y estoy enamorado
y estoy viejo
Descifro mi dolor con la poesía
y el resultado es especialmente doloroso
voces que anuncian: ahí vienen tus angustias
voces quebradas: pasaron ya tus días

La poesía es la única compañera
acostúmbrate a sus cuchillos
que es la única



ME DEFIENDO

Antes de devorarle su entraña pensativa
Antes de ofenderlo de gesto y palabra
Antes de derribarlo
Valorad al loco
Su indiscutible propensión a la poesía
Su árbol que le crece por la boca
con raíces enredadas en el cielo

Él nos representa ante el mundo
con su sensibilidad dolorosa como un parto

lunes, 9 de mayo de 2016

EMILY DICKINSON

Para esta oportunidad les presentamos un par de poemas de esta gran autora, esperamos sea de su total agrado.

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1149
Cuando era una niñita notaba que la gente
de pronto desaparecía.

Y pensaba: se fueron a visitar regiones
remotas o a poblar las soledades.

Ahora sé: visitan,
pueblan soledades.


Pero es porque murieron. Era el hecho
que la niña ignoraba.



547

He visto un ojo moribundo

rodar y recorrer un cuarto,
como buscando alguna cosa.

Después nublarse,

después oscurecer,
después cerrarse
sin revelar qué era
lo que –visto– lo hubiese sosegado.