jueves, 12 de abril de 2012

“LA MEDIANOCHE DE LA VOLUNTAD. LA TRANSVALORACIÓN DE TODOS LOS VALORES EN DER ANTICHRIST". --- y --- "Diálogo Estático a Cuatro Voces Pronominales I y II".

Algunas cuestiones surgidas durante la lectura de la monografía “La medianoche de la voluntad. La transvaloración de todos los valores en Der Antichrist” de Anderson Bolívar.


El trabajo monográfico de Anderson Bolívar, no solo es loable por su esmero académico, sino que más allá –o cabría decir incluso más acá- es loable por su empresa misma. Nietzsche, transvaloración, cristianismo. Luces extrañas todas en el despliegue histórico de la humanidad. Cercanía y lejanía propia de un pensamiento claro y mordaz, pero que a veces peca de pulcro.
Es loable, insisto, el tránsito que nos hace emprender esta cuidadosa investigación, tal vez una de las más serias en las últimas generaciones de filósofos egresados del “arzobispado” de Filosofía.
No obstante, siendo pues tan torpe cómo es posible, me atrevo a realizar de manera abierta una serie de cuestiones, no claro, para su resolución ni para poner en tela de juicio lo dicho por Anderson, sino por una suerte de complicidad y de vértigo que me vincula tanto a Nietzsche como a Anderson.

I

¿Atreverse a señalar al papa Ratzinger como portador de la indecencia máxima, que por principio nos pertenece a todos en cada caso de un modo absoluto y diferente -según sean las determinaciones psico-religiosas, por llamarlas de algún modo, suponiendo pues de antemano que Dios no habita ya, en esta proximidad a la muerte de cada instante (determinaciones acaso venidas de un lugar donde nuestro miedo alumbra)- no es una impertinencia que exalta la posición papal con relación a lo divino mismo?. Entendiendo claro que el devenir histórico de nuestra sobrevivencia en la intemperie de lo que en cada caso habitamos, esta vida que nos atañe a cada uno, ha sido no más y no menos que la consolidación de una paradoja, en cuanto se pretende vivir al límite, a merced de la muerte -lo cual es significativo, en tanto sucede realmente, en las acciones más cotidianas (vivir es vivir al límite)-, pero conservando esto que se es. Esta es mi paradoja, claro. Se podría pensar acá una indelicadeza batailliana, pero valga abusar, digo parasitar, en virtud de una precisión más honda, a saber; que nuestra fuerza vital es una enemistad a ultranza contra la vida, en el sentido de una paradoja (indecencia de estar vivo sin importar si se trata del papa o de un gamín oliendo pega o de un filósofo o de un artista o de un comerciante o de un ama de casa, en fin... No cabe como es evidente ninguna posibilidad de redención, aun así veo, no sé, la posibilidad de una afirmación en esa enemistad misma, creo vislumbrar la misma afirmación en cualquiera de los sentidos). No importa quién viva ni cómo lo haga, importa que esa imposibilidad misma que es la vida tenga lugar.

II

Por supuesto, Nietzsche vislumbra la iglesia como epicentro de un cristianismo deformado en institución, lo cual es loable aunque no es algo de tan difícil esclarecimiento teniendo en cuenta la cercanía misma a la cual se vio expuesto el pensador respecto de dichos procesos de deformación cristiana, con esto obviamente se alude a la coyuntura epocal -por breve que ésta sea- en la cual el cristianismo y por ende la concepción de iglesia dio aperturas a nuevas formas de experimentación tales como la negación o ciertas desviaciones acaso más peligrosas, para integrarlas, a la manera entonces de un co-ajuste estructural en dirección a una sistematización orgánica, valga aclarar, una apertura que le permite instalarse en la vida misma, en la que en cada caso nos toca, sin posibilidad de recusar. No obstante, seria objetable, no desde la academia, claro, ya que ello –objetar desde la academia- siempre impide un devenir del pensamiento, la idea institucional de iglesia. No es extraño que me encomiende a Dios en los miedos fríos de mis soledades sin saber prácticamente nada de la lengua alemana, yo soy la iglesia entonces, en la medida en que es lo único que queda, suponiendo aún la posibilidad de la esperanza. ¿Podría entonces pensarse la noción de iglesia no únicamente en términos de institución, y sí en cambio en términos de experiencia propia (¿experiencia interior?), o lo que es lo mismo, de comunidad sin origen y sin fines, en cuanto cuya base es el vínculo, en cuanto cuya base es la relación misma, el escribir pensando en que esto lo leerá otro y le causará, ojala risa, y le recordará luego, a lo mejor, que jamás se debe perder de vista la amistad leal y el amor, único sustento?

III

El pecado en tanto que dañino es aquello otro también que permanece en secreto en cada uno en cada caso. El pecado ¿Cómo y en virtud de qué no constituiría nuestro modo de vivir, a cuya base se encuentra, como es sabido, una vinculación originaria con lo sagrado mismo, es nuestra deuda -en cada caso diferente siendo la misma- saldada a cada instante? Sé claro que el filósofo alemán alude a las implicaciones de tal noción en términos de mercado espiritual, que digo mercado, chantaje espiritual, no obstante, no parece tan clara la peligrosidad misma del pecado, en tanto concepto. El pecado es no haber muerto todavía, y persistir sin tregua en esta negación siempre afirmativa que nos mantiene vivos en las determinaciones particulares que a cada quien compete.

IV

Se podría advertir en la concepción nietzscheana del sacerdote una incongruencia, al menos me atrevo a decir esto por dos ideas sueltas que merodean esta reflexión. En primera instancia vemos cómo la fundamentación teológica, y a su vez entonces la misma orientación a partir de dicha fundamentación, para el esclarecimiento del perfil sacerdotal, no coincide con lo que el filósofo objeta sino más bien que coincide con su propia especulación a lo que sería un tipo de alto nivel espiritual. En segunda instancia podría apelarse, como es bien sabido a la noción de vocación (en cierto sentido inclusive podría pensarse en Heidegger), no se trataría entonces que de suyo el sacerdote sea el tschandala  -esto porque todos somos ya el peor de los tschandala posible en cada caso-, cabe el cuestionamiento: ¿No parecería entonces el elevar a tal grado de prioridad al tipo sacerdote un movimiento obtuso, por no llamar nihilista, no son este tipo de adjudicación de responsabilidades patadas de ahogado de algo más patético aún que el último de los hombres, un hombre que se niega aún a su ocaso, un hombre que evade su voluntad de ocaso, voluntad que es acaso la única que le compete históricamente?

V

¿Superar el nihilismo, logrado claro en virtud del cristianismo para poder instaurar un panorama cuyo horizonte sea la redención y por lo tanto toda la validación ipso facto de sí mismo, no es presentar en el mismo panorama el mismo horizonte. Y claro en esta misma perspectiva, no se perfila el proyecto de la transvaloración de todos los valores orientada en el laberinto del pensamiento Nietzscheano como la muestra más neta del acontecer reactivo nihilista, digo en ese tipo particular de nihilismo enfocado a la libertad de la voluntad y al resentimiento en nosotros, y como es evidente se alude también a la decadencia del progreso y cómo no a la proyección siempre de un "más allá" insoportable y necesario como el pensamiento mismo?   

Andrés Ramírez, Rionegro, 27 de marzo de 2012
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DIÁLOGO ESTÁTICO A CUATRO VOCES PRONOMINALES 

(I)
Ella un día cualquiera salió a caminar. Dejó su carro guardado en su parqueadero porque quería contemplar el mundo de otra forma. Salió de casa un poco antes de lo habitual, es decir, como aquel hábito de la puntualidad se lo había exigido durante tanto tiempo.

Él un día cualquiera salió a caminar. Dio descanso a su conductor y salió a contemplar el mundo de la manera real. Salió de su casa a la misma hora, como si fuera en el auto, pues no le importaba ser cumplido. Era quien mandaba. Podía tomarse ese tipo de licencias.

La Otra un día cualquiera salió a caminar. Era su costumbre hacerlo diariamente para ir al lugar donde trabajaba. Quedaba a unas pocas cuadras de su casa aquel lugar que no importa saber el nombre. Salió a la misma hora, pues ya era lo habitual que fuera de esa manera. Era una empleada, pero no le importaba, siempre respondía y cumplía con sus obligaciones, como buena persona sicorrígida que era.

El Otro un día cualquiera salió a caminar. No le gustaba hacerlo. Pero ese día tuvo que salir caminando por sus propios medios, pues su motocicleta estaba averiada y el afán podía más que cualquier otra cosa, pero aún así no le importaba si llegaba tarde a su lugar de trabajo. Eso lo hacía por ocio más que por necesidad.

El reloj marcaba las siete de la mañana de un miércoles dos de enero del año dos mil ocho. Los cuatro caminaban, en el parque, quizá no era el mismo, pero la hora sí, el tiempo era estático e igual para todos cuatro. Era una mañana fría, después de muchos días festivos, donde confluía la resaca con la pereza de comenzar de nuevo y ver cómo el tiempo y el mundo se hacía miseria en sus narices. No nevaba, pues no pasó en Europa lo que va a pasar. Ni tampoco hacía sol porque no era en el cono sur donde pasaba lo que pasaría cuando pasara. Era una mañana de clima tropical. El parque estaba lleno de grandes árboles; muchos de ellos rodeaban su entorno con su florecimiento amarillo o rosado; era algo maravilloso a esa hora de la mañana. El azar empezó a jugar.

-Ella: ¡Buenos días! Parece como si el mundo se hubiera detenido y convertido en un eterno lamento. ¡Maldita la hora en que se me ocurrió salir sin el carro! dijo.

-Él (que casualmente pasaba cuando Ella emitía esas palabras): ¡Muy buenos días! Es una linda mañana para contemplar las primeras horas del día. Di vía libre a mi conductor y me dieron ganas de caminar y contemplar la plenitud del mundo hecho realidad. No veo por qué usted, señora, está tan enojada. Dijo.

-La otra (que pasaba por allí todos los días, escuchó lo que Ella y Él habían dicho): ¡Buenos días! Ustedes se asombran por algo que para mí es tan normal. Ese árbol florece dos veces al año de esa manera; durante cierta temporada está sin hojas y solo es el tronco el que se manifiesta; pareciera que estuviera evocando la tristeza de antaño. Esta acera la he visto deteriorarse durante muchos años y nunca hacen algo para repararla. Incluso camino siempre por las mismas baldosas, sin pisar la línea, pues sería como estar a punto de cruzar el abismo. ¡Y ustedes ven esto tan asombroso! ¡Qué ridiculez! Dijo.

-El Otro (estaba sentado en la banca, amplia, por demás, donde pasó todo lo que se dijo antes): no se quejen, siéntense, hablemos, y dejen de pensar en esto o aquello; les invito a que tengamos una charla amena, corta, pero sustanciosa. Sí, no se hagan los tontos, ustedes. Usted, Usted, Usted y Yo, por supuesto, que para cada uno de ustedes soy otro Usted.

-Ella: Él, me gustaría responderle que no es que me sienta enojada, es que los días no son tan  maravillosos como éste, aunque igual parece que la estaticidad fuera lo único que dominara el mundo, pero es tan solo una apariencia, nada más que eso. Y, para darle respuesta a El Otro, me parece bien, la verdad estoy tan asombrada que me gustaría quedarme contemplando un poco más este paisaje, pues creo que cada pintura o cuadro es algo diferente cada día. Todos los amaneceres son diferentes. Sentenció.

-Él: es una buena idea. Podemos quedarnos contemplando el mundo tomando un café, pero tiene que ser en esta banca, en ninguna otra sería como en esta, pues hasta las bancas pueden traer consigo una mística que no todas compartirían. Pediré café para todos. Dijo.

-La Otra: la idea de quedarnos me parece buena; a ver si por fin vuelvo a darme cuenta de que el mundo tiene cosas extraordinarias para compartir con completos extraños como Ustedes, y yo, claro está.

-El Otro: está bien, veo que comparten mi idea de quedarnos contemplando el mundo un rato, pero será el mundo este parque y nosotros seremos sus únicos habitantes por un lapso de tiempo considerable.

Se aproximaban las siete y media de la mañana de ese día y en ese parque en donde todos confluyeron sin pensarlo con unos completos extraños que querían aislarse del mundo y reducirlo a tan solo una banca y los árboles que alrededor de ella había. Hubo silencio durante varios minutos, hasta que una voz se alzó:

-Él: iré ya por el café.

-La Otra: se está demorando mucho para ir; o si quiere traiga vino, es menos cotidiano que el café.

-Ella: sí, vaya pronto, traiga cualquier cosa, preferiblemente el vino y unos cigarrillos.

-El Otro: veo que están bastante animados, de igual modo los acompañaré, amables son todos Ustedes.

Un silencio sepulcral invadió aquel lugar que estaba en el espacio abierto.

-La Otra: por fin has llegado (refiriéndose a Él). ¿Sí has traído el vino?

-Él: claro que sí; además de ello también traje café, para quien quiera tomarlo.

-La Otra: me parecer perfecto, dame un trago de vino

-Ella: denme un trago a mí también. Muero de sed a pesar de ser aún tan de mañana.

-El Otro: está bien, ahora sí empecemos a hablar de alguna cosa; hagamos como si fuéramos amigos de toda la vida y quisiéramos dar nuestro parecer sobre el mundo sin importar reproches ni nada parecido. Antes de ello denme un trago y un cigarrillo; nunca es mal momento para los placeres mundanos.

-Ella: hoy salí de mi casa pensando que iba a ser un día tan normal y aburrido como todos los demás. Por esa razón dejé mi auto, para ver si presenciaba alguna cosa diferente en mi trayecto al trabajo, y creo que estuve en lo cierto. La gente solo vive lamentándose, incluso hasta yo. A veces me siento a mirar por la ventana de mi cuarto y me doy cuenta de que la vida se me pasa por encima y yo no hago nada para aprovecharla, ni siquiera contemplar algo tan insignificante, en apariencia, como aquel árbol amarillo que está en frente de nosotros. No sirve de nada tener algo estable; volverse esclavo del reloj; pensar solo en cumplir responsabilidades, y ¿dónde queda el ocio, la contemplación de sí y del mundo, las sonrisas honestas o las lágrimas libres y puras que humectarían nuestro rostro? Todo eso toca tragárselo, como si fuera un trago de vodka barata: baja rompiendo y pelando la garganta formando un taco que no explota ni encendiendo un cigarrillo en medio de un contenedor de gasolina.

-Él: es cierto.

-La Otra: es cierto, dijo.

-El otro: es verdad, pero aquello puede sopesarse con la ficción: hacer que el mundo parezca lo que cada uno quiere; mostrar esa cara ingenua (que no es más que la apariencia) ante el resto del mundo. Tragárselo a pedacitos. Pensar que cada vez que nos estamos lamentando es porque hemos hecho de cada día de nuestra vida un suplicio más que una contemplación del mundo. Dejar a un lado prejuicios y hacer de todo un juego, una libertad absoluta, un espacio en el que el azar sea el único dominante: el que lo rige todo; moverse de acá para allá, sea con alegría o con llanto, pero ante todo que sea porque queremos, y no por cuestiones externas a los demás, es decir, y para que no suene a sermón de libro de autoayuda, pensar que cada mundo es diferente y cada quien actúa conforme quiere, obviamente teniendo en cuenta a los demás, pero para este caso los Demás serán como  puntos pintados en un muro gigante en donde cada uno pasa desapercibido y padeciendo cosas diferentes a las del resto. Ser egoísta si es necesario.

-Ella: puedes tener algo de razón.

-La Otra: sí, lo comparto, pero quizá exageres un poco.

-Él: tienes razón, pero puede ser que no todos sean iguales. Que incluso la percepción del florecer de un árbol amarillo no sea igual de atractivo para otros, pero la diferencia tiene que estar, y marcarla o hacerla notar cada vez que se pueda. Pues acá yo soy más que Ustedes, pues tengo tanto dinero que ni se alcanzan a imaginar y una empresa bastante productiva. Por esa razón hay diferencia. Mi mundo es hermético, pero al mismo tiempo frágil; es frívolo, pero también en mi interior es cálido como el placer que produce ver el contorno y las líneas de una montaña en el horizonte. Pero aún así, soy diferente, obviamente sin tener en cuenta que desde tiempo inmemorial la diferencia ha sido demasiado importante, pero yo la radicalizo en aspectos singulares. Ustedes no son como Yo, y viceversa.

-El Otro: sí, tiene usted razón, pero sigue siendo demasiado materialista y simplista para el mundo.

-Ella: es usted alguien casi sin escrúpulos. Ha sabido manejar muy bien la máscara de la vida.

-La Otra: ustedes hablan y me parece escuchar gente que no habita este mundo. Es lo cotidiano, lo normal lo que vuelve estática la vida. El hermetismo impide ver que cada minuto que pasa es la diferencia entre la vida y la muerte. Todos estamos acá, unos adoran el dinero, otros su ridícula vida amorosa, otros la monotonía y la austeridad; también están los que sienten el mundo y piensan que un árbol es el esplendor máximo de la naturaleza; están los que hacen del resto de los animales una comunión íntima con el ser humano, como si éstos fueran uno más. No, la cosa no es tan maravillosa. Tampoco estoy diciendo que el camino sea la lamentación y el llanto; pero tampoco estoy a favor de ver el mundo como el esplendor máximo de la divinidad y que todo lo que existe en éste sea por lo que tengamos que vivir sonrientes o felices todo el tiempo. Me parece más sorprendente ver una línea bien trazada en el lugar más inoportuno; sentir la punta de una hoja en la yema de mis dedos; mirar al sol y ver que es tan imperfecto que necesita esconderse varias horas y todos los días, cada mes, durante todos los años, por los siglos de los siglos; o ver cómo cada cigarrillo o cada trago de licor que me tomo vuelve mis sentidos otra cosa, pues se hace insoportable tanta monotonía. En fin, hasta la misma embriaguez de los sentidos es aburrida cuando se vuelve monótona. Es mejor estar viviendo y esperar nada, para que así la decepción o la ansiedad no sean el motor de nuestras vidas y nos conviertan en unas máquinas parlantes que repiten lo mismo todo el tiempo y luego nos miramos en el espejo y nos damos cuenta de que somos uno más del montón.

Pasaron varios minutos. Eran ya casi las nueve de la mañana de ese día dos de enero del año dos mil ocho, pues entre cada respuesta había un intervalo de tiempo prudente como para decir que hubo silencio.

-Ella: creo que son posiciones muy diferentes, algunas convergentes, pero están bien hechas y se ve que son desde lo más profundo. ¡Qué buen vino!

-Él: sí, han sido unos minutos bastante amenos, y yo diverjo más de lo que converjo con ustedes.

-La Otra: siento que Ustedes son unos completos extraños y lo que hemos hablado lo ha reafirmado sobremanera. Resulta que no por tratar de estar en armonía con el mundo y quienes lo habitan, la cosa va a funcionar.

-El Otro: a mí me parece que la ficción lo puede todo; si nos sumergimos en ella el mundo puede tornarse de múltiples colores, de varias cosas que ninguno de nosotros será capaz de comprobar alguna vez en esta existencia. Por esa razón yo prefiero nadar en el mar de la ficción y vivir en la aparente armonía que el mundo permite crear.

-Ella: eso es todo por esta vez, tengo que seguir mi rumbo. Seguiré lamentándome y maravillándome con el mundo, pues salir sin auto me permite eso.

-Él: sí, ha sido un gusto estar con ustedes. Seguiré contemplando y buscando diferencia hasta en cada uno de mis pasos.

-La Otra: la pasé bien, mas no digo que son personas maravillosas; creo que hoy fue una pura conspiración del azar en nuestra contra.

-El Otro: creo que Él me echará de mi trabajo, pero la verdad no me importa. Por eso se lo digo de una vez. Fue una charla demasiado amena; lástima que tendrá que terminar de la manera más inesperada. Pues aún no terminará y cada uno de Ustedes subirá a ese auto que llega justo en este momento. Así que tantas cosas maravillosas que han dicho no han servido de nada. Pues La Otra es la única que ha atinado a la intención inicial de mi invitación, esto es “una pura conspiración del azar en nuestra contra”...

CONTINUARÁ...
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DIÁLOGO ESTÁTICO A CUATRO VOCES PRONOMINALES (II)

-Ella: debería salir corriendo y gritar y sentarme en un rincón a llorar y lamentarme, pero no lo haré, o quizá sí, solo me queda esperar. Ese carro que viene por nosotros es demasiado extraño como para hacer cualquier esfuerzo para evitar montarse en él; las cosas extrañas pueden resultar más interesantes que las mal llamadas “interesantes”.

-La Otra: no me parece para nada sorprendente el hecho de montarnos en ese carro, pero lo haré; de todas formas mi vida trasciende en lo cotidiano y monótono, así que esto quizá le dé un toque de extrañeza a tanta mala costumbre.

-Él: me da igual. Subámonos lo antes posible antes de que el inclemente sol empiece a hacer de las suyas con nuestras pieles.

-El Otro: quiera o no quieran montarse tendrán que hacerlo, no les queda otra salida. Para sorpresa de ustedes no tengo ni idea de cuál será nuestro rumbo en este siniestro.

Ya había pasado un tiempo prudente como para estar próximo el medio día de esa fecha sin relevancia. El carro se detuvo justo en frente de ellos, con lo cual el esfuerzo que tuvieron que hacer para subirse a éste fue mínimo, se subieron, y allí comenzó el padecimiento de estos cuatro personajes.

-La Otra: ¡qué frío hace!

-Ella: sí, es bastante fría la mañana en este auto lujoso. El sol no asegura calor.

-La Otra: el sol no asegura cosa alguna.

-Ella: es cierto, quizá sea más cálido el mito del infierno.

-La Otra: tal vez así lo sea.

-Ella: la noche de ayer pensé que hoy sería un día extraño.

-Él: de nada sirve pensarlo, ahora, justo ahora, puede afirmarse esa situación.

-Ella: solo lo pensé, eso no implicaba que fuera a suceder o que estuviera adivinando ni afirmando el destino; esto es pura cuestión de azar.

-Él: es demasiado azaroso, el destino tiene más forma que el azar, por ello es más pavoroso.

-La Otra: siento que vamos camino a la muerte o al abismo, que resulta ser casi lo mismo.

-Ella: hacia allá vamos; sea hoy o mañana, en un mes o en muchos años, es lo único fijo, la diferencia está en el camino.

-El Otro: todos los caminos son diferentes, así recorramos el que, en apariencia, es el mismo.

Hubo una pausa repentina.

-La Otra: cuando pienso en que el vino se ha terminado me entran unas ganas inmensas de llorar.

-Ella: ¿por esas banalidades le dan ganas de llorar?

-La Otra: esas pequeñas cosas son por la que vale la pena llorar. Para qué hacerlo por el sufrimiento, la soledad, el olvido o la muerte. Esas cosas son demasiado monótonas y habituales, ya no sorprenden, porque ese camino diferente marca en sí una igualdad: lo que produce lamentación es siempre lo mismo, lo normal, lo convencional.

-Ella: a veces me han dado ganas de pensar que esas hojas color marrón que había en el parque adornarían sobremanera la fría lata de este carro. Sería un camino menos tortuoso, pero no quiero llorar, no me gusta hacerlo.

-Él: no lloren, no lo hagan, me fastidia mucho el llanto.

-Ella: usted parece tan insensible y, por lo que veo, así lo es.

-Él: no lo soy, deje el drama.

-Ella: esa respuesta afirma lo que he dicho antes.

-Él: nada afirma cosa alguna, todo pasa, simplemente pasa.

-Ella: eso lo reafirma aún más.

-Él: eso me parece estar escuchando, en otras palabras, la verdad.

-Ella: cualquier cosa puede ser verdad; no hay una única verdad, hay muchas y variadas verdades.

-La Otra: con esas cosas que están diciendo estoy a punto de caer en el llanto.

-Él: llore si es lo que quiere, o no lo haga si siente que es mejor así; preferiría que fuera la segunda opción la que usted escogiese.

-El Otro: debería dejar de hablar tanto. El silencio es necesario.

-Ella: así debería ser siempre, pero escuchar los sonidos del mundo es tan agobiante y fúnebre.

-La Otra: es tormentosa la noche. Los gatos haciendo ruido en los techos, los perros haciendo ruido en el aire, la gente respirando y gimiendo todas las noches, esa es una verdadera tortura: da cuenta de la vida en el exterior.

-Ella: así es.

-Él: de acuerdo con usted.

-El Otro: concuerdo con lo que dicen, pero creo que cada vez nos aproximamos más al lugar al que este camino conduce.

-Él: deberíamos callar unos minutos y tratar de dormir o por lo menos cerrar los ojos.

Un momento de calma invadió el auto. Ellos dormían (o cerraban simplemente los ojos). Llegaron al lugar al que iban, pero del cual ellos no tenían la más mínima idea.
-Ella: ¿qué lugar es este?

-La Otra: por lo menos es tranquilo, y hace menos frío que en el auto.

-El Otro: este lugar me recuerda un lugar que leí, pero era más bonito en la expresividad de las letras.

-Él: no importa dónde estemos. Lo relevante sería saber para qué estamos en este lugar.

Irrumpió nuevamente el silencio.

-La Otra: quiero un trago de vino y un cigarrillo, me resulta familiar este lugar, quizá sea el mismo en el que El Otro estuviese pensando.

-El Otro: yo pensaba en un lugar como aquellos que describía Lewis Carroll en sus obras “para niños”.

-La Otra: yo pensaba en eso mismo, pero en mi caso era “para niñas”.

-El Otro: no importa para quién fuera, finalmente solo fueron letras sueltas al son de la tinta y la mano. Lo real.

-Él: ¿qué dice? ¿Lo real?

-El Otro: sí, “lo real”. Aquello que despierta reales emociones, lo que no se ve con los ojos abiertos sino con ellos cerrados en la liberación última de los sentidos. El éxtasis mayor de la plenitud hecho palabra-ausencia-mundo. Un espacio en el cual las palabras describen más lo que el cuerpo no puede, lo que el mundo real no permite, eso es lo real: la realidad real.

-Ella: eso se presta para discusiones muy complejas y divergentes, por eso dejémoslo ahí y pensemos en qué demonios estamos haciendo en este lugar.

-La Otra: esas velas encendidas a plena luz del día. Pero quizá en otro lado es de noche, así que no resulta descabellado encenderla a cualquier hora. Tengo hambre.

-Ella: un trago de vino sería perfecto. No hay ni un reloj que manifiesta el tiempo, pues el espacio ya lo tenemos definido: la duda.

-El Otro: ¿para qué un reloj cuando se está en la incertidumbre?

-La Otra: deberíamos dejar de jugar ya y salir de esta habitación. Esta algarabía de fin de año y comienzo del otro se ha extendido demasiado.

-Ella: sí, ya estamos diciendo más disparates que en la primera entrada.

-Él: sí, esta habitación la necesitan los del grupo de teatro para ensayar y preparar las fiestas de pascua. ¡Qué acelerados son!
Nuevamente reinó el silencio en ese lugar, aparentemente un parque, pero ni Él, ni Ella fueron muy claros, pero tampoco El Otro ni La Otra despejaron claramente lo que era realmente ese parque.

-Ella: esto ha sido lo más próximo a la pesadez que se siente cuando la vida sobrepasa los cuarenta años.

-Él: ni personificando o haciendo la ficción de algo esto realmente pase. Encenderé un cigarrillo más en mi boca de cenizas.

-La Otra: ha resultado más decepcionante de lo que esperaba.

-El Otro: no ha pasado nada. Todo continuará igual. “Ahora es nunca o jamás, o simplemente fue”. Deberíamos recordar que cuando se está en un cuarto como este, viendo un montón de máscaras y disfraces, lo que da ganas de pensar es en la vida cotidiana, en el mundo teatral, cómico y trágico que la vida es allá afuera, en este afuera también se siente estar más adentro, pero nunca estamos resguardados, siempre la deriva, el azar y la intemperie manifiestan la vida real, la vida en sí.

-Él: sí.

-Ella: sí.

-La Otra: sí.

-El Otro: y así será siempre, por los siglos de los siglos.

Posterior a eso todos se levantaron, dejaron de recrear ese mundo casi real en el que se habían sumergido. Salieron a la calle, y sí, todo seguía igual. No pasó ni pasaba nada que irrumpiera en lo cotidiano. Sirvieron más trago ruso (ese era el que realmente estaban tomando) y siguieron cada uno su curso, cualquier curso: la línea del camino diferente. El Otro, gritó: “esta ficción del afuera es demasiado abrumadora”


Juan Gómez