martes, 26 de noviembre de 2013

NIÑA VENENO

DIME QUE ME QUIERES MUÑECA

Vamos al centro de Lima, a un bar a ver mujeres bailar dime que me quieres muñeca delante de sus bailes que destilan sexo, que insinúan drogas, que fingen amor dime que me quieres muñeca el cielo está limpio y la noche caliente, es un viernes santo y tú no te sientes santa dime que me quieres muñeca y prometo devorar tu falsa santidad de niña de casa, con la boca, con las manos, con el cuerpo dime que me quieres muñeca la ciudad sabe a tierra y calor, huele a cemento y calentura en viernes santo dime que me quieres muñeca busquemos un bar, bebamos whisky, vodka o cerveza, seamos punks, dime que me quieres muñeca como punk, crucemos las pistas con semáforo en rojo, esquivemos a la muerte, raptémosla y bebamos con ella dime que me quieres muñeca vamos a la playa a tirarnos botellas de arena, vamos a quitarnos la ropa y meternos al mar dime que me quieres muñeca, miremos el cielo y contemos aviones, adivinemos su destino, pídeme que te lleve a pasear en una de esas aves dime que me quieres muñeca. La luna está llena hoy y la gente sale de sus nidos e invade la ciudad como ratas dime que me quieres muñeca, todos lunáticos, yo soy un lunático y tú quieres ser lunática dime que me quieres muñeca, tomemos la carretera 45b y sigamos de frente cuando el camino ladee, dejemos atrás lo terrestre, coloca tu mano sobre mi mano que tiene el timón en ella dime que me quieres muñeca vira raudamente fuera del camino, estrella mi vida en tu vida, nuestras vidas en la nada dime que me quieres muñeca corramos de la mano por la avenida central, gritando a los buses, saltemos sobre los charcos, bailemos bajo la lluvia, que el calor no abandone tu cuerpo, que la timidez no mate tus ganas dime que me quieres muñeca, azotemos puertas y ventanas, hagamos ladrar a los gatos y maullar a los perros, que beban con nosotros a la orilla del mar, sobre un pájaro de acero dime que me quieres muñeca, que la noche no se acabe antes de acabar con tu cuerpo, es viernes santo dime que me quieres muñeca embriagados con vodka, con cerveza, con ron, en un bar, en un parque o montados en el bus, la noche se termina, la ciudad empieza a guardar silencio dime que me quieres muñeca, que la noche no se termine hasta que termine con tu cuerpo, que la noche no termine cuando te pregunte me quieres muñeca y tú digas que sí, que me quieres a mí, a los bares, a los perros maullando, a las ventanas azotadas, a las mujeres bailando sin amor, con amor y sin nada, a la luna llena, a los lunáticos, que me quieres punk además, que me quieres como quieres a esta ciudad que huele a cemento y calor, que sabe a tierra y orina, esta ciudad que es nuestra cada viernes en la noche, un viernes santo donde no eres tan santa donde no soy tan santo donde me quieres cuando te lo pregunto dime que me quieres muñeca. Entonces lo dices y yo me siento contento, te digo que te quiero muñeca y pregunto de nuevo si me quieres muñeca, tomas mi mano y nos paramos frente a un bus, las luces nos ciegan, te quiero muñeco me dices aprietas mi mano, me dices que me quieres en una ambulancia, en una ambulancia con ron, con cerveza y botellas de arena, me dices también qué pena que no llueve muñeco y trip trip trip el bus cae de lado, se resbala sobre el pavimento seco y caliente, sin lluvia y me dices que me quieres y que todo bien, que ya estás cansada y debes ir a casa dime que me quieres muñeca. El bus. La ambulancia. Los bares. Las mujeres. La noche. Los lunáticos. Las aves de acero. Tráeme tu amor. Trip trip trip. Te quiero muñeca como se quiere a una ciudad.


UN PUTO ÁNGEL GUARDIÁN

La cabeza me reventaba hacía tres días. Hacía tres días la sentía pesada, con un latido incipiente que anunciaba la migraña. No podía ver luz, no quería ver gente. La gente me molestaba, los repelía, me parecían todos unos tontos, artefactos imbéciles que arruinaban mi espacio. El poco espacio que poseía hacía tres meses empezaba a sofocarme, aquél clima tropical lograba hacer sudar espacios en mi cuerpo, intranspirables hasta ese momento de mi vida. No soportaba fumar y necesitaba un cigarro, no soportaba a la gente y necesitaba un abrazo. El dolor, el maldito dolor, esa resaca absurda que quizás era el anuncio de lo inevitable. Todo era inevitable, inevitable era que me sacarían de la habitación cuando ya no pudiera pagar, tres días faltaban para eso. Una punzada en la sien. Inevitable era que no había desayunado, almorzado o cenado hacía tres días. Una punzada en la sien. Ni un solo peso, punzada en la sien. No poder ver la luz, punzada en la sien. Que ella viniera a rescatarme de nuevo, mega punzada en la sien.
Me sacaba de los bares, de los baños públicos, de terrenos baldíos, mi puto ángel guardián. Esa noche vino por mí a casa de Dick. Dick estaba cansado, entre borracho y drogado, dormido sobre una baba espesa de color amarillo verdoso. Mag me levantó como pudo del sofá donde me encontraba lamentándome por mi dolor de cabeza. Mag y su pequeña fuerza ejercieron poder sobre la inercia de mi cuerpo abatido.
Mag, ese puto ángel guardián, me sube a su coche, me lleva a su casa, me quita la ropa, me mete a la ducha, me seca el cabello, me pone el pijama, me arropa en la cama. Y en el silencio de esa habitación que acunó momentos más felices, más luminosos, más buenos, más sanos; el débil murmullo de los labios de Mag, su petición ahogada a un dios en el que no cree, ese rezo improvisado, ese grito de auxilio agazapado, es el inicio de un nuevo dolor de cabeza, una nueva punzada en la sien.
No estoy muriendo, es cierto, pero quiero morirme, no he comido en casi tres días porque quiero morirme. Van a sacarme de mi habitación porque quiero morirme, me duele la puta sien porque quiero morirme. Quiero morirme hace tres días, sin mucho éxito.
Lamentablemente Mag, amor, mi amor, tu amor no puede salvarme, tu rezo no logrará alcanzarme. Lamentablemente niña hermosa, nadie puede salvarme, solo yo y yo solo necesito un cigarro aunque no soporte fumar.


FRESCO QUE ESTO NO ES CON USTED

El hombre esperó con paciencia para subir al bus, se encontraba de pie justo detrás del encargado de chequeo de ruta. Luego de unos segundos se montó, quedándose de pie junto a la registradora, el conductor lo invitó amablemente a sentarse. El hombre se mantuvo sentado casi al lado mío, nervioso, extraño, sin saber dónde colocar las manos, sin saber dónde colocar los ojos, sabiendo a la perfección dónde tenía el arma. El arma que sacó minutos después del cinto del pantalón para amenazarnos, para repetirnos que el asunto no era con nosotros, para dirigirse al amable conductor con groserías que obligaban a su voluntad a no dejar de pisar el acelerador y seguir la ruta como si nada. Fresco, que esto no es con usted, fresco que esto no es con usted, esas palabras resonaban en mi mente, golpeaban mi tímpano, ralentizaban el tiempo y apresuraban mis pensamientos, fresco, que esto no es con usted, fresco, que esto no es con usted. Bamboleaba el arma al ritmo de los baches de la calle, bamboleaba el arma al ritmo de sus lerdas y atropelladas peticiones, apuntaba a un hombre de mediana edad que poco antes que él había subido hablando por celular, vestido con modestia, a mi parecer otro usuario asiduo del bus. Fresco decía, qué calor tan hijueputa pensaba yo, fresco decía y yo sentía el sudor recorriéndome la espalda, la sien, las manos y empañando mis lentes oscuros, detrás de los que ocultaba algo de temor, algo de rabia, algo de lamento por no coger el bus anterior, por quedarme mirando las formas de la nubes, fresco, que esto no es con usted.
Esa mañana, como nunca, llevaba en el morral mi pasaporte, mi billetera llena de dinero que acaba de cambiar, mi celular, las llaves de mi maletas, mi mp3, en fin que tenía cosas que no estaba dispuesta a perder, aunque aún no decidía si quería recibir un balazo. Pero era cierto lo que decía el hombre —ese ladrón de tranquilidades, esa escoria a la que no tenía ninguna intención de darle mis cosas— había que estar fresco porque el tema no era con ninguno de los pasajeros del bus.  Deme el anillo, deme la cadena, deme el celular, deme el dinero, el modesto pasajero le pidió que le dejara para el pasaje y para mi sorpresa, el ladrón, el hombre que bamboleaba el arma con nerviosismo, le entregó unos pesos y se bajó raudo aún repitiendo su consigna, su mantra, fresco que esto no es con usted.
La tensión y el silencio en el bus se sintieron durante el resto de cuadras faltantes para llegar a la estación del metro, donde casi todos haríamos conexión. Yo estaba tan enojada, admito que mantuve los ojos cerrados e intenté sin mucho éxito pedirle a lo que muchos llaman Dios, que me salvara de esa, admito que sentí en algún momento que ese sudor en la sien, me recorría frío, no soy capaz de admitir que le habría dado mis cosas, de haberse dado el caso que me las pidiera y por último admito que esa duda aún me asusta. Por otro lado, dejé de sentir la presión en mi mano izquierda, dejé de sentir ese leve movimiento espasmódico proveniente de sus piernas. Ella fue la segunda en bajarse del bus, nerviosa, temblando, lagrimeando para no llorar, la abracé diciéndole que todo estaba bien, que no había pasado nada. Ella me dio detalles que yo no pude ver por mi negativa a moverme un centímetro, por mi reacia voluntad de apretar los ojos lo suficiente para hacerme invisible. Ella me dio detalles del arma, detalles físicos del ladrón, detalles del asaltado, ella con todo su miedo y nerviosismo le había dado cara al asunto. Allí me di cuenta, ella era cien veces más valiente que yo o más estúpida. Me gusta quedarme con la primera, me gusta pensar que mientras yo andaba rabiosa y asustada intentando un ejercicio infantil, ella pensaba en mí, en nosotras, en nuestra integridad, en no perdernos. Mientras yo pensaba en si me haría matar por un par de cosas, ella pensaba en salir ilesa, mientras a mí, aún ahora, no me deja de asaltar la maldita duda de la muerte, ella pensaba en no acabar nuestras vidas. Sé que me ama más que yo a ella, por eso la miro en las noches, a veces, mientras duerme y le prometo en ese silencio de la seguridad de nuestro hogar, que esa duda no está más, que las cosas, cosas son, le digo pasito al oído que la amo, respiro aliviada de tener el resto de la vida para amarla más que ella a mí, sin competir.

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