martes, 26 de noviembre de 2013

DIANA MONTES

METÁFORA DE LA BOMBA


A Olivia, en la mañana calurosa y seca, la sal en las manos le abundaba. Antes, a mitad de la noche, bajó los pies de la cama aun con los ojos cerrados tratando de ceder ante la presión de su boca seca que pedía agua fresca.  La noche era calurosa y quieta, el paisaje semejaba una fotografía de antaño, petrificada ante la luz tenue de la luna en sus madrugadas.  Era ligera y podría caminar sin ver por toda la casa hasta la nevera; la había memorizado de tantos años viviendo ahí, y sobre todo, estaba urgida de agua. No tenía conciencia de lo que podría suceder si se tropezaba con un golpe seco la pantorrilla, si su cabeza rebotaba como resorte contra la pared, o si confundía la escalera y caía de bruces rompiendo su cuello, quedando en silencio hasta morir pues Octavio dormía profundo después de los tragos. 

Al llegar abajo, a salvo de la escalera y viva, con mayor conciencia de su estado se sintió aliviada. Su boca buscaba siempre imperiosa el agua fresca. Antes, estando dormida  había soñado que la lamía de las hojas de los árboles en un bosque húmedo y seco en el que se hallaba sin poder salir, ni aun golpeando fuerte en su propio cuerpo desde adentro, desde la profundidad somnolienta de su deseo, desde la angustia de su ahogo.  En su sueño sabía que antes había comido sal entera, por puñados se la habían metido a fuerzas a la boca obligándola a tragar sin mesura y veía su propia boca blanca, abierta, doliente y las manos empujando con los dedos negros, grandes y escarpados la sal hasta la garganta, lo recordaba mientras chupaba con necesidad las flores, los tallos, las hojas, cerrando los ojos tratando de poner su empeño en concentrarse en la sensación fresca del líquido.

Abrió la nevera y un nuevo alivio recorrió su cuerpo. La temperatura fría la hizo sentirse aún más plácida  de lo que estaba ante el agua que tanto anhelaba. Tragó vasos de agua fresca hasta llenar su estómago sin todavía poder saciar su ansiedad. Tomaba al mismo tiempo amplias bocanadas de aire para poder tragar y tragar el agua sin remilgos; se le derramaba por las comisuras de los labios, de lado a lado y mojaba su pecho, sus senos, su ropa. Cuando su estómago empezó a crecer pesado de tanto líquido y los pulmones le reclamaron el aire, se recostó en la nevera exhausta dejándose llenar del frío de la nevera en el sopor de la oscura noche veraniega… Y así permaneció dormitando lentamente con la nevera abierta deseando esa temperatura en la cama donde Octavio, tibio y profundo, navegaba en los ires y venires del sueño, lejanísimo de su estado. 

Cerró la nevera y desapareció la luz, el fresco y la angustia. Inició su caminata parsimoniosa hasta la habitación lamentándose mentalmente de haber bebido tan desesperadamente tal cantidad de agua y se sentía estúpida por dejarse llevar de ese impulso y ahora estar mojada como tonta andando a rastras por la casa oscura. En un instante escuchó un ruido sordo de explosión mínima. Se detuvo un instante considerando la posibilidad de oprimir el interruptor de la luz, voltearse, examinar, perder tiempo, sueño, no tenía ganas, se fue a la cama, se acostó de lado ignorando a Octavio y terminó la noche sin angustias.  En la mañana, calurosa y seca, en sus manos la sal abundaba. La conciencia de la mujer jamás sabrá si soñó realmente: hay ignorancias que son para siempre.


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