jueves, 9 de mayo de 2013

JUAN D. GÓMEZ [OTRO ESCRITO FRAGMENTARIO (ACERCA DE LA ESCRITURA DEL DESASTRE DE MAURICE BLANCHOT)] ANIVERSARIO 4 AÑOS

OTRO ESCRITO FRAGMENTARIO
Por: Juan D. Gómez


(Acerca de 'La Escritura del Desastre' de Maurice Blanchot)

No pensar: esto, sin recato, con exceso,
en la fuga pánica del pensamiento.
M. BLANCHOT

En el momento justo todo siguió su curso, de qué manera, complejo responderlo, pero queda claro que se buscó darle respuesta al gran problema que se presentaba: el desastre.

Si bien cada momento se presenta en el devenir otra cosa, siempre se llega al punto en el que todo eso-ese que deviene-otro se estanca en lo mismo: el constante cambio. Sin embargo no cambia lo necesario, es más, ni siquiera es necesario que sea necesario lo necesario: el cambio. Cada momento pensando en el porvenir, dejando a un lado lo que está en el momento justo, en el momento de la presencia-ausencia que se borra para ser otra. Aquello que se vuelve tan molecular y escapa de la totalidad, pero de algún modo el sujeto histórico permanece, se convierte en el principal enemigo, en aquel para eliminar. Allí la responsabilidad sobrepasa todo lo que se puede sobrepasar: el cambio. Mientras que cuando se llega al punto de la ruptura con el tiempo, con el pasado como pasado, el futuro como futuro, y se está en el presente como lo pasajero, se pone en relación el constante juego con la borradura, con lo peor, con aquello que dice “el desastre lo arruina todo dejando todo como estaba”. ¿Qué desastre? ¿Qué todo? ¿Qué es lo que queda en las ruinas? ¿Cuál es la aparente estatización que se muestra aquí? Es difícil. Mejor cambiar todo esto, es decir, darle a ello una respuesta que borde en el estado de ánimo, en el preciso instante en el que ya no queda más qué decir, sino simplemente dejar el balbuceo como motor de todo: el puro murmullo.

El desastre no es lo desastroso. Tampoco es algo que pase y no deje huella. No es lo que siempre se piensa: que el desastre puede pasar por tal o cual cosa. El desastre pasa. El desastre está, al mismo tiempo que no está. Puede ser lo instantáneo, lo fugaz, lo funesto, incluso, llevándolo a un campo más reconciliador, puede erigir: más desastre. La misma escritura puede verse como eso, las palabras en el papel se convierten en lo que generan más mal que el mismo desastre. Las palabras, en el lenguaje de lo cotidiano, ayudan a aumentar el caos. Todo continuará igual. El desastre: lo que devasta, lo que genera algo más: residuo. Lo que deja todo convertido en puro fragmento, en pura partícula, en puro ser-otra-cosa. El desastre viene después de lo peor. Lo peor siempre está. El desastre lo reafirma: dejándolo igual. Pero todo a su vez puede verse como un cambio, un algo que se convierte en otro algo y ese “otro algo” en otra cosa, pero de la misma manera todo queda igual. El misterio del desastre está en el mismo hecho de que no deja las cosas diferentes, sino que las cambia para que sigan igual. El cambio aquí no es necesariamente algo diferente, como suele pensarse, en este caso podría mirarse como lo que siempre se desarrolla diferente pero que, al mismo tiempo, sigue igual.

Cuando el desastre se convierte en algo personal se irrumpe en su carácter súbito e impredecible, pasa de ser algo que realmente acaba con todo a ser aquello que llega al campo en el que es algo esperado: del desastre puede decirse que es lo más impersonal de todo.

El Todo es el todo como punto que irrumpe en un “yo” un “tú” un él/ella”, más bien es un “aquello” un “eso” o cualquier otra cosa que se enmarque en el mismo desastre como lo que llega desde lejos y hace que pueda hablarse de él cuando de verdad pase, es decir, siempre está. Todo sigue igual. En últimas, hablar del todo resulta más complejo que hablar de cualquier otra cosa, pero más bien, cabe entender este Todo como un Todo en el cual está inmerso la generalidad que, a su vez, encierra en sí misma la particularidad, sin que tenga que pensarse en la teorización de la totalidad, o la singularidad, más bien cabría decir que es lo fragmentario, lo múltiple, lo molecular.

Para el desastre no cabe otra cosa diferente a pensarlo sólo como el desastre que lo arruina todo, ya no queda nada bueno; podría decirse que se convierte en aquello que erige ruina, puro derrumbe, pura devastación, se convierte en aquello que borra todo, pero al mismo tiempo parece que no pasara cosa alguna. Es lo más a-personal. Le puede pertenecer un To o un It, por darle algún calificativo. Siempre está. Es lo único que realmente pasa cuando pasa. No deja lugar a un alguien que diga “este es el desastre, ya me lo esperaba”, ahí pierde toda su impersonalidad. Deja de ser aquello que lo deja todo como estaba para convertirse en el resultado de lo que puede pasar. No, eso no es el desastre. Más bien todo es tan parecido al mismo hecho de olvidar. Al desastre le pertenece el carácter del olvido, el dejar atrás, el no poder permanecer en lo mismo, ir borrando paso a paso, cada vez que todo el tiempo-sin-tiempo permita que el desastre sea el desastre, lo que éste deja: todo como estaba.

En algún momento llegará el día en el que pueda definirse aquello como tal y el desastre mismo como el desastre por sí mismo. Por ahora cabe decir que el tiempo del desastre es lo más efímero que lo efímero mismo, es decir, pasa en el momento menos pensado, ya que si se habla del momento indicado remitiría a pensar en que se estaba esperando el desastre, mientras que éste es netamente súbito, repentino, casi casual.

Así que aquello que viene después de lo peor sería el mismo desastre que, a su vez, sería lo que dejara todo como estaba, esto es, el no-cambio del cambio. El paso impersonal de lo sabido a lo desconocido, pero al mismo tiempo próximo y borrador de lo que no se quiere. El desastre pierde todo carácter de personalidad, un “YO” que habla ni siquiera puede atribuirse el desastre, pues éste llega al punto tal en el que aniquila todo y se convierte en lo que siempre ha sido: puro desastre. Todo continuará igual. Lo que siempre ha sido que permanezca. Ni el tiempo ni el cambio aniquilan lo venidero, que no necesariamente es lo que se espera. “El desastre cuida de todo”. Al ser aquello que lo arruina todo dejándolo como estaba se afirma esto anterior, pues puede verse un regocijo del todo en el momento justo en que el desastre llega de manera repentina. Aquí nada y todo pueden ser una misma cosa, pues al ser el todo devastado por el desastre, pero a su vez cuidado por él, la nada se convierte en un elemento que, de manera directa o indirecta, ese es el problema, pertenece al campo del todo y, por tanto, al desastre mismo como lo que destruye y erige ruina, por llamarlo de algún modo. Esta nada que se menciona puede estar referida a la misma impersonalidad del desastre, pues al ser nada, se ve como el silencio, como la ausencia-presencia-todo: la nada es aquello inmerso en el todo, pero que, al mismo tiempo, puede mirarse como el silencio que hace que se reconozca el desastre.

De tal modo que será mejor callar.

En aquel momento del curso que seguía su curso todo se convirtió en un mar en donde navegar fue tan complejo como decir la verdad de algo. El desastre no se esperaba, pues ya se estaba en él. Nadie tenía la consciencia de decir este es el desastre. Todos callaban, soportaban, aguantaban, esperaban a que cesara lo que no se sabía que estaba pasando. A fin de cuentas nadie quería saber qué era lo que en definitiva ocurriría: si lo peor, o lo peor de lo peor.

“Has de tal manera que yo pueda hablarte”

El cambio llega en cuando no se espera. Es natural y espontáneo. No tiene necesidad de llevar todo lo que se quiere al campo del cambio, lo que se espera es lo deseado, lo que irrumpe hasta en el mismo desastre, el cambio es el devenir-otro por el mero hecho de que se deviene-otro. No pensar el cambio como la expectación de ser otro. Todo pasa porque pasa. Habrá factores que influyan, pero no significa que sean los que ocasionen tal o cual cosa. El cambio es desastroso, lo cual no implica que sea directamente el desastre, pues desastre y desastroso no son lo mismo. El cambio se tiene presente sólo en el momento en que se cambia, no porque se diga que es algo que esté cambiando ha llegado el cambio. El cambio simplemente cambia, es súbito, es una presencia-ausencia que no tiene lugar en el decir: “estás pasando esto o aquello”. Asimismo es el desastre. Son súbitos, in-esperados. No tienden a ser lo que se llega a la consciencia para que después pase, es más, aniquilan todo y abren, al mismo tiempo, posibilidades que no son definibles, simplemente da la apertura a lo desconocido, al “desierto que crece” todo aquello que no puede definirse ni decirse es esto o aquello: “El desastre lo arruina todo dejando todo y como estaba.” “El desastre cuida de todo”

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